Mientras que
Alicia se convertirá en guerrera no por su fe ciega en lo que marca una profecía, si no por su voluntad de ayudar a sus amigos. Es su sueño y ella decide cómo acaba. Al igual que al regresar a la superficie necesita desprende de su candidez y romper convencionalismos para seguir navegando en pos de sus sueños. La vida sin ilusión, limitada por las apariencias, por ese hacer las cosas sin sentirlas ni cuestionarlas es un desperdicio. Debemos mantener viva la esperanza al perseguir nuestras ilusiones como a un conejo blanco —¿Matrix?— que puede que nos lleve en su búsqueda a lugares muy distintos de los que deseábamos. Toda ilusión, todo sueño, toda anhelo debe de ser perseguido, y no sentarnos a esperar que el destino soñado nos alcance; pues entonces nos pasa lo que a la tía de Alicia quien pierde la cordura tras entender que ha dejado que los convencionalismos anclaran a sus sentimientos.
La fotografía de Dariusz Wolski es exultante de sentimientos convertidos en matices cromáticos. A diferencia de la banda sonora de Danny Elfman, que firma una partitura aplacada. Burton imprime un ritmo cambiante a la obra, adecuando sus movimientos de cámara a la intensidad de lo narrado, con lo que mantiene nuestro interés hacia un cuento que ya nos han contado de otras formas. Una vez más, logra efectos contrapuestos aplicándole pequeñas variaciones a una misma técnica. Por ejemplo, sus travellings acompasados trasmiten la parsimonia de lo previsible. Sus travellings acelerados compiten con el ímpetu de los deseos. Y sus travellings zigzagueantes dibujan las fluctuaciones de nuestro ánimo. La recreación de lo artificial en lo fantástico, no resulta artificiosa. Pese a lo abigarrado de algunas composiciones que componen algunas escenas en una especie de ¿dónde está Wally? Aliciesco.
Me ha gustado la película Alicia en el país de las maravillas, dirigida por Tim Burton. La razón es sencilla: transmite esperanza. Podría acabar aquí este texto, y así lo haré.
No me olvides cuando te despiertes, Lola.