Me ha gustado la película Alicia en el país de las maravillas dirigida por Tim Burton. La razón es sencilla: transmite esperanza. Podría acabar aquí este texto, pero sabes que me gusta jugar con las palabras. Usarlas para cartografiar otro país donde, entre otras maravillas, se produce la magia de la comunicación.
Si me acompañas en el descenso al Ascenso de la Ilusión, donde moran las moras más moradas con las que saciaremos el más frugal de los deseos: la curiosidad. A otros el buscar calmar su anhelo tras morder la fruta del árbol prohibido, los lleva a ser expulsados del jardín del Edén. A nosotros, saborear los frutos del árbol del conocimiento nos ayudará a volver carnosos nuestros labios y a depurar nuestro ánimo del desánimo. Pues, al igual que muchas veces dejamos en barbecho las flores de la ilusión al no regarlas con aguas de entusiasmo, ocasionalmente amontonamos los frutos del disfrute sin ninguna gana de disfrutarlos, olvidándosenos que la mejor fruta es la de temporada.
A mí se me habían amustiado las ganas de ver esta peli. Pensaba colocarla en el frutero de la espera y acabar mordisqueándola tras ser confitada para su disfrute doméstico. Y es que la decisión de la productora Walt Disney de adecuar la obra a la estravaganza de la explotación en 3D, me hacía temer que lo expresivo hubiera sido sacrificado en pro de lo excesivo. Sin dudas, las dos aventuras de Alicia fabuladas por Lewis Carroll forman junto a A Clockwork Orange de Anthony Burgess la trilogía de lecturas que me gustaría traducir, ya que no las sé escribir. Es pública y notoria mi debilidad por Tim Burton, uno de los fabuladores más fabulosos de fábulas compartidas por todos los que creemos en la fuerza de
Antes de compartir una nueva taza de esperanza, debo preguntarte algo: ¿Me culparás si te cuento cómo acaba el cuento? Si es así, pellizca esta página con El ratón de Moushire sobre El aspa del la navegación para volver a la realidad. Si te apetece seguir saboreando tu curiosidad, mordisquea aquí.