Obviamente, no estamos hablando de una traslación a imágenes de los “absurdos” que escribió Lewis Carroll hace 145 años. El intento sería imposible, como ocurre con la mayoría de los textos de ficción. En el caso de las aventuras de Alicia, toda tentativa de adaptación de sus capítulos conlleva capitular de la pretensión de fidelidad al texto. Lewis escribió sus dos “disparates” pensando en una lectora exclusiva —Alice Liddell— a quien remitió los manuscritos una vez finalizados, junto con unas cuidadas ilustraciones en las que el diácono reflejaba a Liddell en las ensoñaciones narradas. Fue ante la insistencia de otros lectores casuales del texto, que Carroll se planteo su publicación. Pese al proceso de adaptación editorial, las páginas conservaron los guiños privados y los encaros a personajes y lugares del Oxford donde escritor y musa vivían.
A este tronco narrativo localista e intimista, se une la foresta de la plasmación de una serie de temáticas —entre folklóricas y pseudocientíficas— muy presentes en
The Beatles, Tom Petty, James Joyce o T. S. Eliot han personalizado tributos a
Burton musicaliza su relato aliciense con una resonancia asonante del poema Jabberwocky, presente en A través del espejo. Jabberwocky es un título que se acabó convirtiendo en palabra traducible por “sin sentido” —dado el número de vocablos inventadas que usó Carroll en él—. Es un poema que ha inspirado otras inspiraciones, como la de Terry Gillian a cuya segunda película—La fiera del reino (Jabberwocky, 1977)— da título y comienzo. Y es una bella onomatopeya cuyas reverberaciones resuenan en productos tan diferentes como la serie Los Simpson o la saga de videojuegos Final Fantasy.
En su automorfismo creativo el relato burtonaino añade un conflicto entre el Bien y el Mal bastante difuso en la delizanza carrolliana, pero que imprime a la película un ritmo y unidad que son innecesarios en los dos libros inspiradores. Pues éstos no dejan de ser una antología de relatos sostenidos en microrelatos, lo cual hace conveniente una lectura pausada y recreativa de cada página. Lo que en Carroll es sugerente, en Burton es sugestivo. O quizás debería decir aquí que lo es el guión de Linda Woolverton, cuya plasmación del ying y yang épico se aleja del maniqueismo memotriz de decepciones como la reciente Iron Man 2.
Si te apetece un poco más de tarta, te sigo contando.