Algunas arritmias que sufre el corazón brotan cuando el pensamiento deviene en conciencia de que la vida no nos emociona como antes, conciencia que nos impele a aceleramos hacia la añoranza de un pasado en que nuestro corazón latía más fuerte.
El corazón no tiene freno ni marcha atrás. De ahí que sus choques frontales con la Realidad tengan consecuencias letales. Nuestra Fantasía tiene el recurso protector de enloquecer cuando la Realidad se vuelve demencial.
¡Gracias por venir y enloquecer!
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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre
Las dos páginas que siguen a estas líneas desarrollan el relato de Eddie Campbell “Cider in Asturias”. La historieta saludaba al lector del número 55 de la revista Eddie Campbell’s Bacchus (Septiembre, 2000).
Mucho ha sido lo que ha llovido desde entonces; y no sólo en las calles de Gijón. Pero el afecto del afable Eddie y de su portentosa esposa, Anne, sigue ahí.
Sirvan estas líneas para desearles a ellos y a su familia aún en crecimiento, la mejor de las suertes.
Desperadoes. Serie limitada. 5 cómics. Editorial Planeta.
Guión: Jeff Mariotte.
Dibujo: John Cassaday.
Nos encontramos con un trabajo en el que el guionista Jeff Mariotte, aprovechándose de las posibilidades y flexibilidad del western, alterna elementos típicos de este género con otros recursos ajenos a él, como asesinos en serie con poderes paranormales. Aunque, en realidad, esta inclusión no es ninguna novedad; pues ya a finales del siglo XVII el escritor norteamericano Charles B. Brown incluía el terror y lo paracientífico en sus relatos.
La acción se sitúa en un contexto concreto, el oeste norteamericano de 1879; época crucial para los EE.UU., pues bajo la presidencia de Grover Cleveland el país sufrió un periodo de depresión industrial, con un elevado desempleo y numerosas huelgas. Mariotte adopta una estética cercana al Spaghetti Western. El feísmo y la ausencia de lirismo priman en sus descripciones, la violencia es desmedida, la sangre lo llena todo y los cargadores nunca se quedan vacíos pese a su continuo uso. El guionista recurre al retrato psicológico tanto para justificar las acciones de su grupo salvaje de justicieros como las del asesino.
El cabalgar de estos jinetes de leyenda aparece trazado por un fatalismo, que impide a los personajes alejarse de un violento mundo llamado a desaparecer frente a los tiempos modernos. Permuta ejemplarizada en el personaje que actúa de narrador — de aspecto frágil y modoso— cuyo comportamiento está muy alejado del ideal fronterizo, incluso en detalles tan espirituosos como el que beba coñac y no güisqui.
Es curioso que este “petimetre” sea un agente de la agencia de detectives Pinkerton, la cual tras un pasado glorioso —en el que llegó a organizar el servicio secreto del ejército de la Unión— se encontraba en aquella época dedicada a reventar huelgas, como la ferroviaria de 1887. Lasensaciónde encontrarnos en un momento de cambios, en el que nada es lo que parece, se ve desarrollada por el hecho de que los justicierosque buscan detener al sádico asesino de niños mestizos, sean perseguidos por la justicia. O por las muestras evidentes de un racismo institucional ya por entonces ilegal y que aún hoy en día es evidente en leyes intolerantes como la de inmigración del estado de Arizona. Parece ser que entre las cosas que se llevó el viento, están las promesas de cambio del falsario de Barack Obama.
Pero bueno, mejor pienso mañana estas reflexiones en mi lejana Tara y ahora continúo con mi acercamiento a Desperadoes.
En general, el guión está escrito con una técnica cercana al realismo mágico: trotamos por un Macondo norteño donde conviven desde representantes de los despiadados especuladores que forjaron los USA actuales, como catervas de desarraigados que ejemplifican a las sucesivas generaciones perdidas de norteamericanos crédulos en un “American Way of Life” que convierte a los idealistas en sombras para así poder seguir conciliando su “sueño americano” a la vigilia de un dios que cree en el dólar. Destaca sobremanera la figura del mesiánico asesino que una vez que ha liberado a sus víctimas de la prisión de sus pieles y curte éstas con los sesos de sus piezas, utiliza la sangre de los niños para volverse invisible.
El modernismo de este personaje se convierte en una ventana abierta al futuro de un nuevo siglo —el XX— donde nos impregnamos de la sangre de nuestros semejantes para asistir impasibles a su sufrimiento, tan evidente que se vuelve invisible en el siglo de la imagen. Ya saben eso de que para ocultar algo, lo mejor es mostrarlo a plena luz.
El dibujo del por entonces primerizo John Cassaday, daba muestras muy concretas de rasgos artísticos que perfeccionaría con el tiempo, hasta alcanzar su distintiva impronta actual.
Distribución irregular en cuanto a número y tamaño de viñetas. Composición clara; tal vez en exceso, pues la primacía que da a la figura humana sobre los fondos hace que los personajes parezcan superpuestos a los escenarios. Lo cual, cuando sitúa la acción en espacios abiertos, lleva a que su dibujo pierda fuerza, pues sus paisajes aparecen sin vida, no aportando ninguna atmósfera a la narración. Su trazado de la figura humana es fino, esboza el dibujo de los extras y focaliza nuestra atención en los personajes principales gracias a una ilustración detallista y nervuda. Es en este apartado donde parece más interesado, mostrando su pincel un gran realismo y capacidad de expresión, Cassaday busca la complicidad del lector con ciertos guiños como la caracterización de algunos personajes con el aspecto de famosos, el corrupto Augustus Pruett muestra una sorprendente similitud con el genial Orson Welles. A la hora de reflejar la acción lo hace de una manera ágilmente sangrienta, pero evitando, acertadamente, caer en una morbosa recreación de la violencia.
Nos encontramos ante un proyecto, que muchos prejuzgaron en su momento por la inevitable conexión con el mundo del Cine —imposible no recordar a Sergio Leone y su La muerte tiene un precio—. El que logre superar los prejuicios iniciales se encontrará ante una obra bien contada, fácil de leer y que nos permite acercarnos a ese mundo tan desperdiciado por el cómic, como es El oeste norteamericano. Quizás puedas encontrar la miniserie en cualquier librería de viejo o en el fondo de la editorial yanqui DC.
Llegues como llegues a esta lectura, forastero, confío en que su disfrute conlleve una pasión de las fuertes.
Mi madre me había dicho que llegarían días como éste, en los que sentiría que lo que me convierte en raro es mi habilidad anómala para disfrutar de lo que los demás prescinden.
Mi cerebro me dijo que llegarían días como éste, en los que, sin más razón que la ilusión, mi imaginación comprende que, sin saber el cómo ni buscar el porqué, dejo de pensar que lo imaginable es imposible.
Mis tripas me han dicho que llegaban días como éste, en los que la calma y la pereza no adormecen a mi desvelado instinto frente a cualquier desvelo.
Mi corazón me dice que habrá más días como éste, en los que el pasado no cuenta y el futuro no inquieta.
Os recuerdo que el autor de este blog es un disléxico, enamorado de la escritura automática y de la ternura espontánea.
Os sugiero que, en vuestra cotidianidad, no os dejéis llevar por su fantasear La Realidad; o que evitéis que sus desorientaciones gramaticales os lleven a confundir sus palabras con señales. Que esta antología no es ningún manual de conducta ni de símbolos, es un recital contra la antilógica del olvido.
Recordad que La Vida, y más la vuestra, no es como él la cuenta sino como vosotros la vivís. Y que, aunque “obscuro” se escriba sin “b” y “alcón” sí lleve “h”, hay veces en que para llegar más lejos conviene dejar atrás la gravedad de las palabras. Que la vida no es un examen; ni nuestras expresiones, sentencias.
No culpéis a este ensoñador por ser un escapista de lo que lo aburre o gramaticaliza. O de si dramatiza lo que a él lo enfatiza. Ya sabéis el dicho del tonto y la tiza.
Hay millones de blogs en El Mundo. Gracias por leer éste.
Hay situaciones en las que las complicaciones no vienen de la mano de no tener suficiente información, si no del brazo de tener demasiada.
Las ideas son al cerebro lo que las proteínas al organismo; por lo que al igual que padecemos de sobrepeso también sufrimos sobreseso. Y no estoy pensando —eso ni ahora ni nunca— en esos mareos a bordo de cualquier montaña rusa emocional durante el subeybaja de darle vueltas a una idea. No, ese deshojar la margarita de la indecisión es otro cantar que ahora no pretendo entonar.
Hoy, día festivo de tarde soleada, esa ventana reflexiva está cerrada. Vuelva usted mañana, querido lector, al mostrador de este pobrecito hablador.
Hoy y ahora, lo que toca es lo que me descoloca. Y esa matraca alteradora, resuena al chirrido del ruido con el que la información altera la percepción de lo que pasa en nuestra estratosfera o dentro de nuestra frontera.
Personalizando, que es gerundio individualizante, debo reconocer cómo me kinkonea el que a este Nino Ortea no le falta quien se sienta a su mesa y, con la intención de equilibrarle la pesa, bascula sus prejuicios sobre mis akilatados juicios. Criterios, los míos, basados en la suma de mis miedos con la resta de mis fobias. La soledad, el dolor, la desazón y el ardor de mi estómago guerrero sustentan más mis opiniones que el más epicúreo de los sofismas. Y es que son incontables las ocasiones en que mis tripas han sido más fiables que mi intelecto, por no hablar de las desilusiones sufridas cada vez que intenté que mi as de corazones tuteara con una reina de espadas. Tiritas, de las tiritantes, parchean las aortas de este Ortea. Pero bueno, mientras que otros corazones son cazadores solitarios, el mío tiene freno y marcha atrás; siempre buscando un bypass con el que compartir su compás.
“Pienso, luegoexisto” nos latineó el más descartable de los racionalistas. “Piensas, luegosufres” me editorializan los preclaros que tienen claro que los problemas de los demás son una tontería, y que las suyas sí que son dificultades de categoría. Después de oírlos deduzco que, de haberlos escuchado, habría descubierto que tras sus “SiYOtecontara” subyace el secreto de lo que convierte a las mujeres curiosas en estatuas de sal y a los hombres curiosos en estatuas de jardines botánicos.
Lo que es más orquestante respecto a estos directores, ¡hay días en que batutean —incluso en estéreo— las corcheas de mi ignorancia sobre lo que se aparca en mis cocheras! Y es que ni me sé conducir en público, ni me dejo manejar en privado.
“A ti lo que te pasa es que no tienen ningún problema. Si no, no le darías tanta importancia a eso”. Lo que acabas de leer, mi apreciado lector, no es el estribillo de la última canción de Bisbal, si no lo que le sueltan a este otrora chaval, cada vez que se lamenta de que algo le va mal. Quizás un adulto de mi talla y peso, tiene que esperar a que el corazón se le gangrene para empezar a suspirar. Darle importancia a lo que le pasa a uno es de egocéntricos, y de esa poblada tribu debo de ser el último de los mohicanos.
“Piensasenexceso”, me indican quienes predican mi condición de impulsivo. Y es que quejarse de lo que a uno lo manca es de lepantistas, y en esta España mundialista todos somos casillistas. Tener tendrán razón, no lo niego. Pues en su vida apesebrada si de algo saben será de pienso.
“Si es muy buena persona. Parece mentira que digas eso” me predican en defensa de un indefenso desconocido aquellos que a todo conocido lo llaman “amigo”. Y es que, mi oculista me engañó. No padezco de vista cansada, si no de visión adulterada. Por eso donde hay una sílfide yo veo una arpía. ¡No hay más tu tía! Por eso estos canónigos hablan tan bien del amigo al que desconocen, desde la distancia se ven mejor las cosas. Y un científico nunca se debe implicar con la materia que analiza.
Resumiendo, ya sabéis por qué escribo en voz alta: así no pienso en voz baja.
Y ahora, descartado lo imposible, debo aceptar lo improbable: soy el único culpable de que media Humanidad no me hable.
Y respecto al otro hemisferio, quizás debería tomarme en serio su consejo de que me recluya en un monasterio. ¿Qué te parece en El Convento, a las 7:30?
Al final, cansado y despeinado, quizás en lo que a mí respecta deba hacer mío eso de “Sólo sé, que no sé nada”.