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sábado, 1 de marzo de 2014

Il tuo ragazzo non casca niente.



Il tuo ragazzo non casca niente.


Tu novio no lo dice, pero me mira mal: ¿Quién es el chico tan raro con el que vas?
Cuando yo estoy delante me trata muy normal, y a solas me describe como un anormal
Cualquier noche los gatos de tu callejón le aullarán a gritos esta canción:
Porque yo tengo su tele en mi salón, uo-o-oh!
Porque yo veo la tele de ese sombrón.
¡Hola, enloquecidos!
Aquí me tenéis, un poco más chiflado que hace 5 años pero, afortunadamente, menos delirante que dentro de 20.
Y es que puede que tras el próximo amanecer me una al común de visionadores alienados por la televisión. Vamos que si de ésta no voy y enloquezco, sólo me queda el recurso de leer el Babelia e intentar entenderlo.
Digamos que estos días he estado ocupado realizando un estudio científico-tecnológico sobre las virtudes y ventajas que podría tener amaromarme a una conexión por cable que pasa cerca de mi mirador. 

 
Ya sabéis eso de que a tiempo revuelto ganancia de pecadores; y en mi caso, en uno de estos días ventosos, el mismo Eolo que se había llevado mis mejores peluquines, bisoñés y postizos, ha tenido a bien acercarme un cordoncito portador de la savia de la sabiduría televisiva.
Lo más difícil, una vez vencido mi vértigo a inclinarme desde las alturas de la baranda, resultaba encontrar un momento en el que mi investigación no fuera malinterpretada, por el legítimo titular del recibo domiciliado, como un intento de substraerle la señal divina del dios Megahercio. Pues nada más lejos de mi aprovechada intención que el substraer algo intangible… simplemente busco beneficiarme de lo ajeno. Pero, claro, cualquiera se lo explica con mis antecedentes y nuestros precedentes.
Y es que a ciertas horas, y en ciertas posiciones, eso de ponerte a dar explicaciones es algo inexplicable; por lo que resulta más práctico esconderte en un armario, confiando en que el cornudo no te convierta en apaleado.

Pasando del colchón al balcón, el problema no estaba en que alguien me pillara escondido en el armario, sino colgando del ventanal y con ciertos artilugios en la mano. Me habría sido muy difícil rehacer creíble la mentira de que soy un apóstata del Comunismo, converso a la luz del Consumismo. Pues sabido es que todos somos muy generosos con lo ajeno y celosos de lo propio. Y es que hay mucho internacionalista solidario con las necesidades de los exóticos, pero indiferente ante las carestías del próximo, cuyas parvedades denosta como vicios, máxime cuando afectan a sus intereses o pasiones.
Y ahora, si las cosas salen como pintan, mañana veré su tele en mi salón y pronto compartiré caricias en su jergón. Pues resulta que el cuernos largos de mi vecino tiene por novia incondicional a una brujilda que, ya este día de los enamorados, compartió sus idas y venidas con mi escoba mágica, mientras él la confiaba en casa poniéndose el termómetro.
Bueno, allá él y su testuz; por fortuna le robo la señal por cable, no por antena, así que su “cornamento” no será impedimento para mi divertimento con el televisivo invento.
Quizás alguno os preguntéis si esta historia es verdadera, o me la he inventado entera.
Un caballero nunca lo aclararía, y un mentiroso nunca lo desvelaría; así que ahí os dejo, que tengo muchos anuncios por ver —lo admito, me encantan las pequeñas historias que cuenta la publicidad— y muchas ganas de reasomarme al balcón de su escote de la embrujante.
Venga, cuidaros y quereros.

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