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jueves, 6 de marzo de 2014

BAJO EL SIGNO DE ESPARTA (IV/V).



Mort Cinder fue uno de los 300.  



Tras la presentación de la serie en el episodio Ezra Winston, el anticuario (curiosamente el último capítulo realizado, pero que ha pasado a ocupar el primer lugar en las recopilaciones del relato) y el encuentro de ambos personajes en Los ojos de plomo, el capítulo más extenso y alejado temáticamente de la saga; la serie pasa a centrarse en las posibilidades temáticas que un personaje como Cinder ofrece. El hallazgo casual de un objeto en la tienda de Ezra, sirve para que Mort cuente una historia vivida por él bajo cualquiera de sus identidades. El capítulo de las Termópilas es el penúltimo de la serie centrada en contarnos las vivencias de Cinder en sus viajes por la historia, que nos llevarán de la Babel bíblica a la América precolombina, pasando por el Egipto de los faraones.





En La batalla de la Termópilas más que ante un fresco histórico o un poema épico, nos encontramos ante un reflejo de la inutilidad de las guerras, donde se desperdicia tanta potencialidad humana, en pro de una victoria que se acabará convirtiendo en derrota. “Fue tremendo ver sucumbir a tanto hombre de valor”, ése es el resumen que Cinder hace de la batalla.



La guerra no es la última aventura gloriosa de los espartanos, es el triunfo de la muerte, del mal, sobre la vida. Un mal no encarnado en los persas a los que se muestra tan sangrientos como los hoplitas. Un mal que es la guerra misma, una actividad baldía de la que sólo dolor y sufrimiento brotan, un sinsentido que alcanza su mayor expresión en el reconocerse Jerjes, emperador de Persia y victorioso en la masacre, como inferior a Dieneces (nombre de Cinder en la historia) y perdonarle la vida.

Oesterheld utiliza un sujeto colectivo en la narración bélica, en la que no destaca nadie, ni el rey Leónidas. Tanto espartanos como persas aparecen como masas sedientas de sangre. Es en la narración emocional donde reside la intencionalidad de H.G.Oesterheld, al mostrarnos la batalla como algo iniciático, que hace descubrir los aspectos más humanos de Diecenes: su preocupación por su amigo, su llanto al creerle muerto, el gesto de salvar la vida a su esclavo, lo alejan progresivamente del prototipo de espartano.

Es la cercanía de la muerte lo que hace a Cinder apreciar toda vida; es el creerse ante el ocaso de su existencia lo que le hace maravillarse ante un crepúsculo, descuidando su deber de descansar como soldado; son la amistad y la camaradería lo único humano que aparece en la deshumanizada guerra.



Pese a que los temas son típicos: milicia, camaradería,... los enriquece al dotarlos de hondura moral. Al convertir a los personajes en criaturas vivas e individualizadas, habla de sus temores y anhelos, pese a su rudeza los muestra solidarios; supera lo histórico para atender los conflictos personales de los personajes. No explica las causas del conflicto, no limita la historia con detalles legendarios, su reflexión es sobre la guerra entre humanos, no entre persas y helenos. Esto no impide que incluya elementos realistas en su narración: simultáneamente a la batalla terrestre acontece la marítima, el desprecio hacia la blanda Atenas aparece varias veces, los iliotas, esclavos de los espartanos, y los tespios, aliados de aquellos, son mostrados con respeto. No refleja la traición de Efialtes, quien facilitó el paso a los persas.   


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