Hay veces en las que tras haber intentado desvestir
mis sentimientos en palabras me cubre la vergüenza, pues compruebo que quien
acumula mis agasajos no tiene sentimientos por compartir y sí gestos para fingir
pudor frente a mi desnudez afectiva.
Las palabras
sinceras, susurradas en momentos de complicidad, suelen convertir un lecho de
rosas en un camastro de clavos del que nos levantamos espantados, argumentando
que nos habíamos tumbado con el ánimo de un amante y no el de un faquir. Pocas
cosas tienen mayor efecto espantadizo que las palabras sinceras.
Incluso ahora
en esta Era de la inComunicación, lo que valoramos es la inmediatez
del contacto, no la espontaneidad de lo compartido.
Encuentro indescriptible la soledad que me rodea en
esta maraña de redes sociales que nos envuelve. A falta de conversar, tuiteo. Facebook no es un vínculo
comunicativo; sino una entelequia que encubre contactos como amigos. Un delirio
dadaista que me permite fabularme más
ingenioso, más sociable, más deseable…
Fuera de las máquinas
y de nuestro nuevo lenguaje, quebrado por anglicismos fallidos y ortografías
bufas, el uso sin alma de significantes léxicos convierte a los que nos creímos
personas irremplazables en personajes insignificantes,
indignos de compartir una línea de diálogo con las estrellas rutilantes de
autobiografías ajenas. La comunicación nos deshumaniza; nos cambia a clones de
patrones de comportamiento socializado. Somos androides que no nos atrevemos a
soñar. Somos ciborgs que, a falta de
sentimientos, guardamos silencios y apariencias. Vestimos nuestro lenguaje como
un traje de domingo, marcado por un patrón de modismos entallados a la moda.
Confiamos en que una
mentira repetida se pueda convertir en verdad. Y si no funciona, articulamos
excusas que argumenten nuestro obrar incongruente.
Pero, desnudo frente a tu indiferencia me siento
despojado de autoría y sudado en desilusión después de tanto trabajo de amor
perdido.
No olvides nunca que el deseo y la pasion aunque mal dirigida , sin obsesionarse nos ayuda a saborear una parte de nuestras vidas
ResponderEliminarHola, Oriol:
EliminarGracias por tu comentario. No espero correspondencia por parte de lo que me apasiona, pero sí satisfacción. Mis problemas con el equilibrio y las justas medidas tienen su origen en mi tendencia a lo desmedido y mi escape en lo irreflexivo.
Un abrazo.
Buenas, compañero Nino,
ResponderEliminarya ves, desnudas tu lengua y dices lo que piensas, eres honesto; si tu honestidad se reviste de grandeza, eres un pedante... si tu honestidad se viste de sincerida, eres un imprudente... si tu honestidad se viste en tules de hipocresía social, no te creen porque no es tu estilo...
A ver ¿De qué manera puedo ser honesta, señores? Teniendo en cuenta que el feisbuc me saca con el lado bueno, el falso, el de mentira... ¿qué hago con el otro lado? Pues ponerle una bata y unas zapatillas raídas y dejarlo andar por casa.
Hay una honestidad que me gusta restregar a los demás a modo de "no me hagas partícipe de tu mediocridad haciendo que encima pierda el tiempo y te escuche autodefender tu integridad y conocimiento" ¡¡Ah, las veces que la he usado ha sido orgásmica sensación!!! Qé pocas veces, porque parece ser que no es el momento nunca, quienes no tenemos la espalda cubierta no podemos jugárnosla a no ser que al 1000% no perdamos nada... o sí, como el trabajo por ejemplo, porque no soy prudente, soy honesta y por tanto sincera. Una grave lacra la sinceridad para este mundo, espanta, aterroriza al gobierno del infame, al amigo del camelo, al holgazán de oficio, al puto del conocimiento...
Bueno, ya ves que divago de lo lindo si me pongo :))
Un par de cariños y tu cafelito de hoy. Gracias.
Muy buenas, compañera Verónica:
EliminarGracias por acercarte a compartir el ánimo de tu compañía.
Creo que el vivir en sociedad conlleva adaptarnos a los modos y maneras de la mayoría, aunque esa mayoría actúe manejada por los intereses de una minoría. De hecho encuentro en los años de educación institucional un propósito marcado de igualarnos para ser uno más, no de ayudarnos a ser nosotros mismos. Pobre del niño que no cuenta en casa con unos padres que acarician su autoestima a la vez que suavizan sus caprichos.
Mientras te escribo me planteo si es mi cobardía a la hora de asumir responsabilidades la que anuló mi deseo de tener hijos. De hecho, creo que voy a escribir un “Lo que sé de mí” llevado por los pensamientos que ahora me vienen a la cabeza.
Disfruto acompañándote en tus divagaciones, me resultan estimulantes y suelen animarme a pensar en cómo soy. Así que gracias a ti, Verónica.
Os deseo salud y suerte a ti y a los tuyos, compañera.