Muchas
veces nos obcecamos con emparedar nuestro corazón delator. Tememos que cada uno
de sus latidos sea percibido como un bramido diferenciador en el igualatorio de
días sin huella y noches sin brillo en que ansiamos pasar desapercibidos.
Nada de darse chapuzones en el río de la
vida. ¡A diluirse en sus aguas!, que eso de zambullirse suena a divertirse. Y disfrutar sólo les está permitido a los niños.
Los
adultos adulteramos nuestras esencias con potingues que nos apalabran una
eterna juventud que disfrutaremos tras beber del Dorado de la jubilación. Eso,
si hemos sido unos súbditos sumisos y no hemos aguirreado desatando la cólera de los dioses de lo correcto.
La
Educación nos enseña a obedecer a la sinrazón. Y pobre del que piensa
diferente, y dice que 2 y 2 no son 4, sino 22. Lo de dejar que sean los
sentimientos los que asienten nuestros cimientos es de ilusos. Estamos en la
era del Conocimiento; por lo tanto, hay que ser uno de esos ilustrados pierden
su lustre tras ilustrarse con La Razón.
Hay que ser lógicos, no sensibles. Ya
lo cantaban Supertramp.
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