Aquí estoy. Y lo estoy por los pelos, que casi no llego. ¡Puff, de buena me he librado!
Y es que hoy mi mami ha puesto para comer ¡lentejas! Y ella mucho decirme eso de “si quieres las comes, y si no, las dejas”, pero no me ha permitido dejar la mesa hasta que acabé el plato que me puso. Por suerte las preparó con arroz, tal y como me había aconsejado Flor, con lo que estaban más… más… menos incomestibles.
Pero bueno, amables
leyentes, sé que no queréis leer sobre mis disgustos culinarios, sino que sobre
nuestro amigo Zänder, ¿verdad?
En
el relato del domingo anterior, os hablé de lo mucho que se sonrojaba Zänder cada vez que estaba frente a Sygrid. Pero se me olvidó contaros lo
remucho que ella suspiraba por ver a su amiguito.
Aunque Sygrid se ocupaba de ocultar bien sus
sentimientos, pues no quería perderlo como amigo.Y es que ¿cómo un dragón tan distinguido como Zänder –él único en toda Dragonlandia que tenía una preciosa nariz roja que le hacía tan especial–, podía fijarse en una dragoncita como ella?
¿Cómo podía reparar en ella, que era tan monótonamente verde como cualquier otro dragoncito?
Sygrid no podía evitar suspirar por ese hermoso dragón distinguido, pese a que sabía que él no sentía lo mismo por ella.
Lo que más fastidiaba era que desde aquella tarde en la que Zänder la había pillado dibujando un corazón de tiza, había perdido a su mejor amigo. Era verla y echarse a volar desplegando su arrebatador encanto. En clase él la evitaba; y si ella se inventaba una excusa para acercarse a él cuando estaba en una esquina y bajo techo, Zänder se envolvía con sus alas en una pelota verde coronada por una radiante nariz enrojecida.
Así ocurrió día tras
día, tras día… Hasta una tarde, hace pocas semanas, en que Zänder emprendió vuelo al ver a Sygrid.
Y desde entonces no
ha vuelto a casa ni al colegio. Y mira que quiere a su mamá y a su papá. Y mira que quiere a sus amiguitos. Pero, por desgracia, quiere más a su orgullo; y se ha ido para evitar sentirse señalado como diferente por aquellos que no le resultan indiferentes, sino que le son queridos.
Sus padres llevan surcando los cielos desde entonces. Sus amigos lo buscamos en las cavernas donde él solía ocultarse a esperar a que enfriara su nariz ardiente. Pero no lo estamos buscando allí donde está escondido. De ser así, él estaría ahora con nosotros. ¿Verdad?
Y es que, después de lo que ha pasado, todos en Dragonlandia hemos aprendido que a nuestros seres queridos no les debemos gastar bromas que ellos sienten como burlas. El afecto se muestra con actos de afecto, no con bromas.
La próxima semana, a
esta misma hora, os contaré el origen secreto de la nariz roja de Zänder.
Hasta entonces: sed
felices, amables leyentes.