Desde hace tiempo mi vida cabalga a lomos de una yegua
sombría. La incertidumbre sobre el destino y duracción de esta última cabalgada
desbocan mi ánimo.
Encuentro calma en fantasear que viajo de vida en vida
fabulada, mientras releo «Dubliners» (James Joyce, 1914) en el paseo marítimo, reescucho canciones de Niños Bravos o redescubro películas
como «The End of the Affair» (Neil
Jordan, 1999).
A pesar de mi alergia a la espera, mantengo viva la
esperanza. Espero mucho de esta primavera, sin por ello dejar de ser consciente
de lo sombrío de la realidad en la que cabalgamos; tan agria que ni la
primavera quiere visitarla y manda en su lugar a su prima otoñal.
La mantengo viva aunque vivimos tiempos caníbales en
los que devoramos el recuerdo de personas a las que ya habíamos condenado a un
olvido en el que los vació la desmemoria. Y ahora, una vez muerto, añoramos
como compañero de juegos a quien habíamos denostado por tahúr.
La realidad es en ocasiones dura y amarga; normalmente
es vulgar y aburrida. Es natural que procuremos embellecerla o dulcificarla.
Cado uno tiene sus armas en esta batalla diaria, las mías son mis ensoñaciones.
Gracias por
ayudarme a mantenerlas vivas, amable leyente.