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Vivir vidas de otros me ayuda a no sentirme solo en estos tiempos caníbales saciados de falso buenismo, en los que la única propuesta de mejora social que se nos plantea –desde la progresía mediática y el retroceso mediatizado– es el atraso de salir a la calle y romperlo todo, en escenas parecidas a ésas que Francisco de Goya denunció con aguafuerte.
Intento controlar mi ira y mi furia. Las sé resolutivas, las temo autodestructivas de mi escasa humanidad. Por eso las freno con aislamiento. Ésa es una de mis luchas diarias.
Soy consciente del estado de desesperación en que se encuentran quienes lo han perdido todo menos su dignidad. Por eso procuro no azuzar su ira y su furia con mis descontroles.
Frente a las acciones callejeras, opto por la actividad hogareña. Prefiero sentarme a leer, a ver, a escuchar… o a silbar cualquier melodía que me aleje de la melancolía.
Mi sitio no está allí fuera, donde mi persona se fundiría en masa; y ésta, en horda. Desconfío de la deshumanización de lo multitudinario. Quizá por eso me vuelvo cada vez más solitario.
