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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

domingo, 15 de febrero de 2009

BaUt: Prólogo 3 / 4



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El corazón es algo curioso; y ahora mismo no me estoy refiriendo a lo sorprendente de su función física, sino a la terquedad de su ceguera emocional.

Todos nos hemos sentido pasmados, avergonzados o decepcionados al comprobar como nuestra colección de sueños rotos, no nos impide volver a esos reinos de la ilusión y el deseo, limítrofes con la obsesión y la pasión.

Uno de los mayores problemas que tiene la revelación de la existencia de otra persona, es que del contacto pueden surgir unas chispas que encienden una hoguera que se convierte en un fuego difícil de controlar, y llegado el caso, sofocar.
Ni el tifón del desconocimiento, el extintor de la distancia, o los cortafuegos del silencio, sirven para contener ese fuego que te lleva a aventurarte en el lance del descubrimiento de lo que anida en el corazón de la que te hizo desear ser mejor.
Esa avidez por descubrir y compartirlo todo con aquélla de quien no sabes nada, hace que te aventures en el recorrido de distancias kilométricas —que montado en tu caballo de cartón se convierten en ciclópeas— habiendo empaquetado previamente tu maleta de esperanza con todos los atavíos que componen tu vida.
Te plantas irreflexivamente en la urbe del corazón ajeno —tan desorientado como Paco Martínez Soria cuando visita la gran ciudad— pero confiando, al igual que éste, en que el hecho de que ir guiado por tus buenas intenciones, impedirá que regreses a tu morada decepcionado con la mitad de la población humana.
Al final, cautivo y derrotado, sólo te queda consolarte pensando que al igual que hubo un rey, que ante el fracaso de su intento de conquista sólo pudo alegar que él no había mandado sus naves a luchar contra los elementos, tú emprendiste un viaje por las inseguras aguas del deseo creyendo que ibas a saber más sobre una persona, y no a chocar con un muro de indiferencia.


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