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El héroe del tebeo (o heroína) es muy a menudo un forajido que tiene que fabularse su propia sociedad y reordenar el mundo. Tiene las esperanzas y el ensoñador vocabulario de un niño. Puede que no siempre sea un mago, como Mandrake; pero atrapado dentro de una viñeta, con la única compañía de un globo de diálogo, realmente parece mágico, como si él (o ella) fuese una especie de espíritu adentrándose constantemente en peligros como Little Orphan Annie, Captain Marvel o Smilin’ Jack... con todos los extraños conceptos democráticos del Nuevo Mundo, en el que los mayordomos hablaban como reyes, donde el peor arrabal se podía convertir en una llanura despejada del tamaño de una viñeta, y Red Ryder podía precipitarse fuera de la página.
Los franceses apreciaron una libertad en “la bande desinée” norteamericana, un contenido anárquico y perverso de línea y color.
Con lo que, mientras que los cómics desaparecían en algún estrato inferior en los Estados Unidos —desvaneciéndose en los expositores traseros de las tiendas de dulces y de los puestos de prensa—, comenzaron a florecer en Francia, donde “la bande desinée” se vendía en todas las librerías, siendo tan importante para el lector francés como Céline o Colette; una banda de jóvenes dibujantes, escritores y críticos franceses, influenciados por Hollywood, Hammett y Terry (de Terry y los piratas) estaban realizando un tebeo romántico y sexual, que parecía una película plasmada en páginas.
Tenían mucha más energía y diversión que muchas de las novelas recientes que he leído.
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Traducción © Nino Ortea Gijón, 22-V-09
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