Es
llamativo el que en esta época en la que nos falta dinero para pan, lo tengamos
para un ipad. Los mismos que nos rechazan como trabajadores, nos buscan como
consumidores de lo superfluo; y en Internet han visto un paripé para mantener
su negocio.
A
tal fin, nos han creado la necesidad de estar siempre conectados a La Red,
presentada como una nueva tierra de promisión, donde hasta el más tonto tiene
un blog al que va y enloquece. Con la excusa de mantenernos comunicados –y
escudándonos en el engaño de tener un acceso instantáneo a una información
desinformante–, le quitamos dinero al hambre para dárselo a la vanidad de poseer
un blog bien situado o un perfil en Facebook muy visitado.
El vanidoso
que esto escribe, no tiene acceso a Internet; pero sí un par de blogs, cuenta
de Facebook y de Twitter. Además, frecuento los escaparates de bares y
cafeterías para consultar mi correo electrónico y WhatsApp.
Muchas veces, me descubro convirtiendo en justificaciones mis aclaraciones de
que no tengo acceso adsl en casa ni conexión 3G en mi teléfono. Este jueves, un
alumno quinceañero se mostraba sorprendido de que en mi identificación de
WhatsApp invite a conectar conmigo mediante sms. Para él, un teléfono sin
Internet es tan inútil como lo es para mí un corazón sin amor.
El
problema es que esta cerrazón adolescente, se hace más hiriente en los que ya
no peinamos canas, sino que ocultamos calvas.
¿Estoy
exagerando? No más de lo habitual en mí. ¿O acaso soy el único cuasi
cincuentañero que se sorprende al ver cómo sus compañeros de café están más
pendientes de los “chats” con sus “followers” ausentes que de las charlas con
sus amigos presentes? Es evidente que, a ciertas edades, la decrepitud comienza
a hacer mella hasta en la piel más bella; pero sigo prefiriendo la expresividad
de una arruga en un rostro, a la tersura juvenil de un icono en una pantalla.
Este
sábado, no llegó a una hora el tiempo que estuve con un amigo, al que llamaré X. Pese a sus teóricas ganas por verme,
fue él quien propuso quedar y me invitó a ello, apenas me dirigió la mirada, ya
que se pasó la mayor parte del tiempo entre pitidos de la máquina y resoplidos
suyos. En un principio, pensé que X
estaba envuelto en una ciberconversación de negocios o quizá charlando con sus
hijos, que ese fin de semana estaban con su ex esposa.
Me
sentía incómodo. Temía que X me
estuviera dedicando un tiempo que le era escaso. Varias veces intenté hacerle saber
que, ya que estaba tan ocupado, podíamos quedar en otro momento. Él me
tranquilizaba y retomaba nuestra conversación en los momentos de armisticio
mensajeril. De repente, me preguntó:
—“Oye, Nino, a ti que te gusta escribir…
¿qué le pondrías?
Para
mi pasmo, mi amigo estaba ciberfiltreando con una señorita. Tras pedirle
permiso, ascendí en la pantalla con la excusa de hacerme una idea de lo que
hablaban; comprobé que era esa conversación la que le estaba manteniendo tan
ocupado todo el rato. Le sugerí una respuesta jugando con el nombre de este
blog, entonces le dije que tenía que irme. Se ofreció a acompañarme tras pedirme
que esperara a que pagase las consumiciones, ya que eso era “lo mínimo que
podía hacer para compensarme”. Después de agradecerle la invitación, le
contesté que lo mínimo que podía haber hecho era haber posado la maquinita por
un rato. Sonó otro pitido. Tras despedirme, me fui, dejándo al “cyrano” la
intimidad necesaria para escribir a su “roxana”.
No
he tenido noticias de X. Imagino que
su comportamiento del sábado le habrá producido un inmenso, inmenso orgullo...