La
pasada mañana me paré frente al escaparate de una librería. Sigo prefiriendo la
vidriera de una lencería, pero a la dependienta le molesta mi mirada atenta.
A
tientas continúo moviéndome por el mundo de la creatividad literaria. Cada vez
tengo más claro que necesito un grupo o a una persona con la que perfeccionar
las técnicas de escritura y de endulzura. Pero, a falta de sugerencias
sugerentes, sigo solo aunque me adjetiven como solitario.
Sagitario,
quizá libra, debería haber sido ser mi signo astral; pero me anticipé al nacer
y sigo siendo virgo. Quizá ahora vuelvo anticiparme al bloguear que llevo muy
avanzada la escritura del primer borrador de mi última obra. Voy por la escala
17 de una travesía cuyo puerto sitúo en el dique 24. El viento de la inspiración
sopla en mis velas —y más después de recibir la atenta lectura crítica que Toni y Carmela han hecho de los seis primeros capítulos—. No quiero
desaprovecharlo.
¿Aprovechar
para publicarlo? Eso está muy lejos. De momento me acerco a las escolleras de las
librerías. Normalmente lo hago cuando están cerradas; no quiero que me pase
como la última vez que entré a una convocatoria pública de firma de libros y me
echaron por no comprar los que había firmado. Así que ahora sólo miro los escaparates,
por eso de ver lo que en el mundo editorial se estila.
Tila
fue lo que tuve que tomar tras ver este pequejuego
que vuelve a recordarme el porqué de mis cosas. Ni cuando era un niño, ni ahora
que soy el Nino, habría acertado a colocar en su sitio estas piezas.
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