Hace
un par de jueves, tuve la satisfacción de asistir a la presentación del sexto
número de la publicación ZANDER MAGAZINE, en el Educa Niemeyer.
Me
reencontré con un buen número de mis rotundos compañeros de revista en la
soleada plaza del Centro Niemeyer de Avilés: Carmen
Hevia y Sara Pelicio (Musourís), Arturo Mesa, Anxelu, Israel Álvarez, Gonzalo Martínez, Dani Castaño y Javier Granda.
Nacho Arbesú se ocupó de reflejar el encuentro en fotos tan isiraider como la que acompaña este
texto.
También
se nos unieron, Ana y Tober —del taller Torbellin Lin—, quienes nos cedieron
para la celebración sus increíbles creaciones bicicleteras.
Ya
acabada la sesión fotográfica, le pedí permiso a Ana para dar un paseo en su bici. La plaza del Niemeyer estaba sorprendentemente vacía y bicicletear junto a la ría avilesina era aún más tentador que la
compañía de mis acompañantes.
Siempre
me ha gustado montar en bici. Tardé años en aprender a mantenerme sobre sus dos
ruedas, gesta que culminé en el verano anterior a mi noveno cumpleaños. Mis
problemas para mantener el equilibrio siempre están ahí, por lo que mi método
de aprendizaje fue el destrozo de las ruedas laterales. Ya sin ruedillas, lo
único que protegía mis rodillas era la mercromina.
Me
gustaba andar solo en bici. Mi hermana
ha heredado la parte sociable del carácter de mi madre, por lo que ella siempre estaba correteando en pandilla.
Además, mi condición “ad eternum” de mal estudiante, hacía que mis días sin
colegio se convirtieran en mañanas de castigo a estudiar y a hacer los trabajos
a entregar en septiembre. Por lo que no me era fácil eso de quedar para hacer
excursiones.
Sobre
la bici me sentía un cowboy, un caballero medieval o un motorista fantasma.
Quizá impulsado por las alas de la fantasía, me atrevía a hacer cabriolas que,
a día de hoy, aún aterrorizan a mi cobardía disfrazada de prudencia. Me he
caído de puentes, quedado tumbado inconsciente entre zarzales, chocado contra
vacas, muros, fondos de río... Una de mis acrobacias me llevó a acabar dentro
de un cercado eléctrico, entre unas vacas aún más aterrorizadas que yo por mis
gritos. Aún recuerdo la cara de susto que traía mi padre cuando mi hermana lo llamó para que viniera a buscarme.
Todo
eso y mucho más –las escapadas al puerto de El Musel, las escaladas a La
Providencia, el bici-cross por la remodelación de El Fomento—, me vino a la
cabeza esa tarde.
Y es
tarde, aunque confío que no sea a destiempo, que les doy las gracias a mis
compañeros de Zander Magazine y
sobre todo a Ana y Tober de Torbellín Llin por haberme
acompañado en una tarde en la que disfruté sin freno.
Nino
Me alegro. Yo también disfruté de las pedaleadas como nunca.
ResponderEliminarComo siempre un placer y un privilegio pasar un buen rato junto al padre de “Los hijos del Zander”.
EliminarEncantadora historia, culminada con el disfrute de una tarde sin frenos... Lo de las rodillas untadas de mercromina, me hizo recordar las mías... Yo aprendí en la bici de mi hermano mayor, a si que imagínate con cuánta mercromina se untaron mis rodillas... Ay, es una delicia leerte, se disfruta y en la foto estás genial. Te veo feliz.
ResponderEliminarSaludos.
Sin mercromina delatora, pero con sonrisa sonrojadora por tus palabras, te agradezco la visita, la lectura y el comentario, Clarisa. Tu delicia se convierte en mi placer al leerte.
EliminarJa, ja... Nino. Qué gracia. No me acordaba de esta... Y ya ves, nos contamos las mismas cosas después de cuatro años. Desde que conozco tu blog, es encantador pasar y leer. Qué te puedo decir, soy una fiel admiradora de tus historias enloquecedoras.
EliminarUn cariños abrazo, compañero.
Risueña Clarisa:
EliminarCuatro años y los que nos quedan por compartir.
Por suerte, de aquella no era fácil conseguir una bici que pudieras frenar girando del revés los pedales. De haberla tenido en mis años bicilocos, este “piernodoyuna” habría acabado cual Elliot y ET cicleteando hacia la luna.
Un abrazo, compañera.
no te quiero ver arriba de una moto entonces con lo que podrías llegar a hacer ja...
ResponderEliminares lindo andar en bici, sin dudas... buena foto... salu2 master...
Muy buenas, JLO:
EliminarLo de las motos daría para un texto cercano al esperpento. Digamos que encarno los dos acepciones de la “pasión” por las dos ruedas.
Era la evolución lógica: de biciletero a motero. A los 17 años, salgo proyectado de la moto, me dejo sin piel las palmas de las manos y me provoco una lesión de columna que todavía el otro día me hizo perder el conocimiento de dolor.
Un abrazo sobre ruedas.