Cést si bon!, es
lo que malescribimos los falsos afrancesados cuando algo nos deja verdaderamente
maravillados.
No
sé cómo apalabrar las sensaciones que me deja este verano que para mí terminó
ayer, pese a quedarle más de un mes de persistencia en el calendario. Hoy
empiezo a seguir mejorando mi novela Buscando el olvido, a retomar la
escritura de un artículo sobre Luis Gasca,
a practicar, aprender y disfrutar tanto de la Vida como de la Literatura. A dejarme
sorprender e inspirar por un agosto no mediado que me activa como septiembre.
Sin
silbidos ni palmas, mudos de pitos y flautas, estos dos meses han resonado a la
melodía de palabras como las compartidas sin censuras con Verónica. Gracias. Y contigo, Toni;
pocas cosas me reconfortan más que el saber que desde allí te tengo aquí.
Quizás
por despertarme desnudo de excesos y agasajos, me he arropado de añoranzas refrescantes
de mi infancia. De alguna manera, este verano —que me pilla ya casi cincuentón—
me ha vuelto setentero. Y a falta de pantalones de campana y camisas de tergal,
me he puesto a bailar el bimbó de los recuerdos de un período de música en comediscos,
en el que el paso de una semana a otro en mi corretear en semidesnudez al Sol,
venía marcado por el ritmo de las llegadas de mi padre en su “dos caballos”.
Los
viernes tarde papá se acercaba a nuestra arcadia vacacional —con su suministro
de tebeos y juguetes— desde un Gijón tan lejano como el Thule que añoraba El
capitán Trueno. Sin pasar nada extraordinario, cada día era algo único, al
igual que el siguiente o el anterior. Días ralentizados en su desperece por la
breve rutina de unas mañanas. En las que, al diapasón del completar los
ejercicios a entregar en septiembre y el estudiar en voz alta para que mi madre
oyera que no estaba leyendo un cuento, mi ritmo se aceleraba al ritmo del “¿Puedo salir ya?” con el que me acercaba
a mamá con más curiosidad de la que nunca me ha despertado ningún otro saber.
Ella
me dejaba quedarme a su lado, colando la leche hervida, doblando la ropa
destendida o tarareándole alguna canción que sonara en el programa
Protagonistas.
Preciosa entrada, me ha parecido muy nostálgica a veces el verano causa en nosotros este tipo de sensaciones.
ResponderEliminarPara mi aún me queda un mes completo de verano pero noto que ya llega a su fin.
Un saludo :)
Buenos días, Sara:
EliminarGracias por tus palabras.
Sí, esta entrada tiene un mucho de ensoñación. Es el resultado de mi cíclica falta de sueño en agosto. Me habría gusta haber escrito algo intenso. Con frases cortas y mucho movimiento. Verbos más que adjetivos. Pero no fui/soy capaz.
Disfruta de este varano que aún se te presenta mediado, Sara. Yo he decidido poner fin al mío; ventajas de regirme por el capricho del calendario niniano :-)
Un saludo con sabor a polo de limón.
ResponderEliminarBonitos recuerdos veraniegos. La verdad es que poquitos más logran llegar a la misma altura que los de esas temporadas de aquella feliz etapa, Marcelo.
Tú clamando por el aire de la mañana y yo piando por prolongar el callejeo de los anocheceres castellanos...
¿Cómo olvidar la libertad ?
Abrazos
Buenos días, Juncal:
EliminarComenzando por el final, puede que la mejor forma de olvidar la Libertad sea viviéndola, cuando hacemos algo no estamos recordando, sino sientiendo; por lo que hacer es la mejor forma de evitar recordar. Puede que uno lleve 20 años sin montar en bici, cuando se sube no recuerda cómo se hacía, pedalea y disfruta. Obviamente lo nuevo no tiene la perfección del recuerdo, pero sí la intensidad de la experiencia.
Todos tenemos un pasado: yo incluso peiné rizos y conduje un coche. Ahora, calvo y peatón, sigo saliendo a la calle y yendo a donde quiero.
Veraneamos un par de veces en Castilla, en Rodiezmo. Pero no nos gustaba: mucho calor y costumbres diferentes. Lo de subir semanalmente el Pajares no le gustaba a mi padre, que al volante de su desvencijado dos caballos tenía que hacer la subida por etapas y parar a echar agua al radiador. Así que pasábamos los veranos en la zona de Cudillero.
Mi infancia fue feliz, por eso soy feliz al recordarla. Mis únicos problemas venían con la entrega de las notas. Y de aquella, con cinco evaluaciones, cada dos meses vivía un fin de semana “problemático”.
Un abrazo, Juncal.
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