ilustracion de Maurice Boulanger |
Son muchos los espejismos
que me alientan en mi caminar, imágenes de algo bueno que, aunque no se hagan
reales, me alientan a mantener el paso a lo largo de pasajes áridos en
esperanzas. También me encuentro ocasionalmente con quimeras; aunque por suerte
mi vejez convierte mi carne seca en poco apetitosa para las harpías, mi
curiosidad hace que me acerque a escuchar sus cantos de sirenas y ellas, al
confundir mi torpeza con jactancia, deciden juguetear con mi corazón mientras
yo creo que lo acarician.
Esta vez la quimera se había
encarnado en una esfinge, en una mujer anodina cuyo atractivo radicaba en su
habilidad para hacer de su vacío un misterio. Se encamó en alguien que hizo de
su oquedad un laberinto de lujuria donde mi intelecto se desorientó y me
impulsaron los bajos instintos.
Mi curiosidad acabó aburrida
de profundizar en los pliegues de su piel y encontrar sólo sudor, sin ningún
poro por el que suspirara su alma. Nada sabía de ella, salvo su nombre sin
apellidos, su número de teléfono y su dirección; ya que cerró su vida con un candado,
no uno de esos que los enamorados dejan en los enrejados, sino que de los que
usan los desconfiados frente a los curiosos. Mi obcecación se desvaneció el día
en que mi mente supo preguntarle a mi corazón qué hacía latiendo por una pasión
en la que no era un amante, sino un ignorante.
Mi interés fue tachado de
interrogatorio por ella a la vez que me recordaba que hacía tiempo que toda
complicidad había sido declarada proscrita. Por respeto a su silencio, me fui
sin decirle nada, ni siquiera un adiós. Mientras bajaba andando las escaleras
desde aquel quinto piso comprendí que no había sido el “amant de coeur” de una mujer reservada, sino el lenitivo de una
persona interesada.
“En un tiempo en el que debí
cuidar mi corazón, me descuidé tras unas caderas”, éste es el epitafio que he
escrito en mi diario sobre la lápida de ese nuevo amor muerto. Por suerte, mi
curiosidad tiene las siete vidas de un gato y mi corazón se acelera ante la
posibilidad de compartir un buen rato. Con suerte, volveré pronto a sentir que
la Realidad no amanece y que la luz del Sol no conlleva el fin de un ensueño.
¡Miaú!