Confío
en que la vida continúe sugerente por la Isla de los Calaveras. Por favor,
transmítele todo mi aprecio a Congchita.
Aquí
en Ninópolis casi todo marcha con una tranquilidad cercana a la monotonía, y
yo, como buen aprendiz de simio, me siento cómodo con todo lo mono: ya no busco
la vida en estéreo y me alejo de las dobleces sociales, intento mantener mi
rumbo ajeno a lo que reproducen a mi derecha o a mi izquierda.
Este
lunes 30 de enero supe de la muerte de la imperecedera Paloma Chamorro, inmortalizada por los ahora cincuentones en tantos
recuerdos de la edad dorada de nuestra juventud. En cuanto escuché la noticia
de su fallecimiento, me sobrevino la evocación de una noche maravillosa de San
Isidro –vivida con la intensidad de mis 19 años en aquel mayo de 1985– en la
que disfruté del concierto de The Smiths
en un Madrid que en el que a mí me desbordaba el
roma.
Hasta
tal punto llegó mi embriague de evol que perjuré que había estado al lado de Paloma Chamorro en una de las veces en
las que me acerqué a una barra de bar a pedir dos medias de Mahou; pero luego
supe que la periodista había estado todo ese tiempo junto a la unidad móvil de
TVE que retrasmitía el concierto. Es curioso cómo la plenitud de una vida ajena
puede quedar reducida a unos instantes nunca compartidos en vida, pero revividos
en el recuerdo.
Paloma-Chamorro |
En
mis años de juventud, mi querido Amedio, era más humano y menos primate, de ahí que
confundiera la seducción con el engaño, y no confiara en el atractivo de mi
verdad. De esa inseguridad nació el que fingiera un interés por oír tocar a The Smiths, cuando en realidad sólo me
interesaba escuchar como ella me miraba al corear «This Charming Man».
Aquellos
años 80 fueron los primeros de sucesivas décadas en los que encontré fascinante
el entregarme a las imposturas y a los excesos. Aquellos años 80 fueron tiempos
de descubrir sentimientos que sólo valoro ahora que los reencuentro prendidos a
recuerdos que hablan de ausencias. Tanto aquellos años desvividos, como estos sobrevividos,
fueron y son tiempos para enloquecer. Pero cuando pienso en entonces, en aquellos
días de noches salvajes, no puedo evitar el musitar:
Morrissey
Tengo
que dejarte, mi apreciado Amedio. Da recuerdos a todos mis compañeros en la
Isla de los Calaveras.
Ojalá estuviera allí.
marceNino
Es muy cierto es que dicen de que " pase lo que pase, al final lo que queda es eso que nos hace sentir"
ResponderEliminarY sentimos ...Es ver, escuchar, escribir, vivir e incluso imaginar.
Mi abrazo de luz a tu luz, Siempre
Buenos días, AtHeNeA:
Eliminar1. Sí, creo que sentir e imaginar son las dos acciones que nos llevan a muchos a escribir. Las interacciones de la vida real sobre la ensoñada nos hacen fabular una vida alternativa. El estímulo sensitivo es lo que me lleva a leerte, AtHeNeA.
.
Un abrazo.
Esos años que mencionan fueron para mi, en cambio los más "responsables" o con mas cargas, a destiempo unas y otras a contratiempo vamos aprendiendo a desaprender ciertos hábitos ...
ResponderEliminarUn abrazo Nino
Buenos días, MaRía:
EliminarPor suerte no somos robots, somos individuos, por lo que nuestra vida no sigue un orden programado, sino un desarrollo natural. Con suerte, ese desarrollo se basa en experiencias solitarias y en viviencias compartidas, no en códigos de normalidad social.
Las experiencias y vivencias es aconsejable que lleguen a su tiempo vital, que no es siempre el cronológico. Ahora vivo como puedo, y de lo ya vivido sólo me arrepiento del dolor que en otros causó mi desvivirme.
Un abrazo, MaRía.
Recuerdo quedarme hasta las tantas viendo su programa y luego comentarlo con mis amigas en el insti. Besos
ResponderEliminarBuenas tardes. Ángela:
Eliminar“La edad de oro” fue un programa libre, un reflejo de una España que combatía con creatividad sus miedos. Podía gustarte o no el contenido de sus programas, pero era innegable que no me resultaban aburridos. De aquella iba a la universidad, aunque me quedaba en la cafetería pues allí era donde se respiraba la atmósfera efervescente de patio de instituto.
Un abrazo, Ángela.
Aunque el mono sea muy aburrido, seguirlo es una de las decisiones más sabias que existen. Llegar a eliminar dobletes es una de las tareas más duras de la vida, pero también de las -aunque suene cursi- más purificadoras y además no tiene vuelta atrás. Es como quedarse con el cogollo de la lechuga, jajajja.
ResponderEliminarMUUUUUUUUUUACS
Buenos días, Verónica:
EliminarHacer el mono está muy bien; más que serlo, prefiero estarlo ocasionalmente ante ojos que me encaprichan.
La naturalidad para eliminar dobleces es uno de mis factores mutantes, es un rasgo que me diferencia de mis teóricos iguales: de esos “lechuguinos” que se despersonalizan para ser aceptados, y que te critican por ser diferente sin necesitar de recurrir a imposturas.
Un café y mil abrazo, Verónica.