Te voy a contar un cuento, sin moralejas ni lentejas, un cuento que cuenta la actitud de Nino y no la aptitud de Nino Ortea.
Cuando Nino era niño –que a diferencia de Benjamin Button para ser anciano hay que primero ser púber–, no me gustaba escribir. No sólo aborrecía los ejercicios escritos escolares, que básicamente se limitaban a copiar, también evitaba escribir anotaciones personales, diarios o cartas a los Reyes Magos. Lo que a Nino de niño le gustaba era hablar y, con suerte, conversar. En el colegio, aquellos monstruos que no eran molinos sino profesores, me impedían hablar y me obligaban a escribir: me catigaban a salir al encerado y a garabatear castigos; yo me comía la tiza para ponerme enfermo y que me dejaran salir de clase. Prefería enfermar a escribir. Como no me dejaban hablar, me negaba a escribir. No era un quijote, era terco. Pulsa si quieres seguir leyendo el cuento
