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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

viernes, 16 de octubre de 2009

Hijos del paraiso V 1/3



5. Deambulé por París, después de conocer todos estos detalles sobre Langlois.

Tenía que sacarme a ese hombre de la cabeza.

La tenía repleta de imágenes suyas en esmoquin. Estaba enorme. Parecía un actor secundario de los años cuarenta, Abrazos Sakall, que había interpretado a Carl, el maître de Casablanca.

El mundo entero se había convertido en una sala cinematográfica.

Era el 19 de octubre, el Lunes Negro, el día de la gran quiebra, o “le crack”, según los franceses. Paseaba como sumido en un sueño, preguntándome si Norteamérica desaparecería en mitad de un océano de acciones sin valor.

Me imaginé que me quedaba confinado en París.

No me importó.

Visité a mi agente, Madame L, quien vivía junto a La Torre Eiffel. Tenía que pedirle prestados unos cientos de francos.

Había ancianos jugando a los bolos en los terrenos marrones de Los Campos de Marte. Oía el sonido de las bolas al chocar mientras alzaba la mirada hacia La Torre Eiffel. Su estructura metálica era suficientemente real, pero yo era el fantasma de mi propio archivo, y tan sólo podía ver la torre en términos cinematográficos.

Era el símbolo cinematográfico más reconocible del mundo.

Era París.

Se había convertido en la toma obligada de miles y miles de películas de Hollywood.

Una imagen de la torre e inmediatamente podías decir el lugar donde te encontrabas. El resto de la obra podía desenvolverse completamente en los interiores de un estudio a partir de esa toma, creada en los platóes de la MGM, o en la “calle de París” de cualquier otro decorado. Pero ese primer vistazo te situaba para siempre... durante la duración de la película.

Analicé el objeto real, una enorme espiga sobre los Campos de Marte que se mantendría como un tótem maravilloso a causa de las películas.

Ya no tenía importancia el que en su momento hubiese sido una auténtica gesta de la ingeniería, el objeto más alto sobre la tierra creado nunca por el hombre, el niño mimado de Gustave Eiffel, construida para la Exhibición de París de 1889.

Los ciudadanos parisinos mantenían una actitud ambigua respecto a lo que veían. Trescientos artistas, escritores y compositores, incluyendo a Guy de Maupassant, François Coppée, Charles Gounod, y los hijos de Dumas, firmaron una petición contra el atentado perpetrado por la torre de Eiffel contra la ciudad que amaban. Opinaban que convertiría a París en una tierra de sombras perpetua.

Por supuesto la sensibilidad pública comenzó a suavizarse poco a poco. Y cuando ya todo estaba planeado para su desmontaje en 1909, otros artistas y escritores como Maurice Utrillo, Raoul Duffy o Guillaume Apollinaire, defendieron que la torre era una pieza fija, una parte permanente de París.

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