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martes, 20 de octubre de 2009

Vidas subrogadas 2/3


-->La trama de la película podría ser la siguiente:
En el año 2054, la mayoría de los humanos optan por quedarse en tumbados en casa mientras sus simbiontes —previamente comprados a una multinacional— no sólo acuden por ellos al trabajo, si no que asumen todas sus tareas sociales, incluso las placenteras.
Más altos, más guapas y eternamente jóvenes las idealizaciones personales encarnadas en chips, acero y latex,lo mismo van de compras que de putas en este Brave New World.
El nuevo orden poblado por superseres, es contestado por una minoría que se resiste a la presión social para que acepten que sean sus subrogados quienes asuman la totalidad de las funciones ¿humanas?, y ellos —gordos, calvos y feos— se queden en casa conectados a La Red. En respuesta a esta proliferación del “buen rollo” social y del hedonismo estético —acompañados por una drástica disminución del delito, dado que los que mueren son maquinitas— surgen movimientos radicales que instan a la revolución armada de los biológicos frente a la dictadura de los avatares.
De repente, una noche, mientras dos maquinitas intentan curiosear en sus respectivos agujeritos, un desconocido las electrocuta; y para sorpresa de todos —menos del asesino, supongo— también mueren los humanos conectados a ellas desde sus santas casas.
El F.B.I. asume el caso, y el hecho de que una de las víctimas sea el hijo del creador de los subrogados no pone fácil el arranque de la investigación.
Pese a encontrarnos con una superprodución de ambientación futurista, protagonizada por una estrella del cine de acción, la película no es una mera sucesión de escenas espectaculares. Aunque, por desgracia, viene a ser una nueva manifestación del “puedo y no quiero” que caracteriza la filmografía de director y guionistas, condenados a ser eternas promesas pese a lo dilatado de su carrera.
El cuidado diseño de producción se manifiesta en escenas como aquellas donde vemos desmenuzar los armazones de los simbiontes; pero es descuidado a la hora de mostrarnos algo tan significativo como las casas de los humanos, únicos hábitats vitales alejados de la fria perfeción robótica.
La narración es lineal y acompasada, basada en el uso de planos extendidos y escenas progresivas. Lo cual resulta muy gratificante al libaranos de las sacudidas visuales a las que nos tiene acostumbrado el cine “espectacular” tras esa maldición fílmica llamada Michael Bay quiere a Jerry Bruckheimer, que ha ocasionado una nauseante sucesión de planos cenitales, tomas multiángulo y escenas que parecen rodadas por El correcaminos.
Pero, Mostow vuelve a sembrar dudas sobre su valia, pues en muchas de estas secuencias se olvida del valor narrativo de la imagen, supeditando el avance de la acción al desarrollo de los diálogos. Su poca agilidad en el manejo de la steady-cam es sorprendente dado que su incorporación a la gran Industria vino de la mano de la abigarrada U-571, ambientada entre submarinos y cubículos.
La desigual factura técnica, va a la par que el renqueante desarrollo de algunos personajes, que parecen más pensados para una continuación de la buñuelana El ángel exterminador que para una peli de robots exterminados.
Por fortuna, el enorme Bruce Willis vuelve a bordar su papel de héroe quebradizo. Su eterno aire melancólico —que sopla incluso en las escenas centradas en su suplente plástico— le da gran consistencia la hora de dotar de verosimilitud a sus aciones finales.
Su distanciamiento de las gestas de los sustitutos actua como una metáfora de la figura del espectador de cine, quien proyecta sus sueños en las imágenes proyectadas por el proyector, pero es consciente de que asiste a un acto de proyeccción. También funciona como un acercamiento a la mayoría de personas que se incorporan a las tendencias tecnológicas cuando éstas se convierten en obligaciones sociales; pues salir a la calle poblada de seres metálicos e invulnerables, embutido en un chásis de carne y huesos, es tan suicida como proclamar desnudo tu odio racial en pleno Harlem.
Aunque, todo esto de la imposiciín a la fuerza de la tecnología es puro delirio. De hecho, debe ser resultado de mi querencia al dislate el que afirme que en estos momentos, y no estamos en el 2054, ¿verdad?, el Ayuntamiento de mi ciudad, insta al uso de las “tecnologías de la información” mediante el resorte de hacer disponibles ciertos servicios ciudadanos sólo en Internet; a la vez que fomenta el uso de una “tarjeta ciudadana” que llevará una firma digital controlada por el “Consistorio”.




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