Los temores de muchos aficionados aumentaron al finalizar el primer número, con un Dios del Trueno presumiblemente muerto al igual que el kriptoniano al que la gente confunde con un pájaro. Los recelos del autor de este artículo estallaron en el segundo episodio, al recibir el héroe una nueva identidad mortal: “¿¡La madre que lo parió, otra vez me lo van a poner lisiado, embarbado y enamorado!?”, gritó desde su trono de roca el estreñido Nino Ortea.
¿Era posible que en dos
episodios Jurgens convirtiese su proyecto en un ragnarok editorial?
La recuperación de
personajes y situaciones impregnaba la serie de una aroma rancio; máxime cuando
el difuso periodo en que Ron Frenz y Tom DeFalco comiquearon al
galán, había agotado la viabilidad de enfoques revivalistas.
Todo apuntaba a que el
atractivo de la serie recaería exclusivamente en el dibujante John Romita
Jr., quien prescindía del desafortunado aire a vicetiple de Locomía —ideado
por Mike Deodato– que había avergonzado al dios en su etapa postrera, y
le devolvía la majestuosidad y esplendor propios de una deidad que camina entre
mortales. La serie fue progresivamente alcanzando un interés que convierte su
lectura en fuente de entretenimiento y diversión. Incluso ahora, que para
divertirme me basta con pensar que luego volveré a verte.
Marvel apoyó el regreso de
Thor (julio, 1998) con la publicación del primer número con cuatro portadas
diferentes; editándose en septiembre este episodio sin el entintado de Klaus
Janson. Parece ser que la editorial planeaba reproducir directamente los
dibujos de Romita, idea finalmente abandonada por limitaciones
técnicas.
Envuelto en el fragor de
la batalla Thor no repara en Olson —quien está arriesgando su vida para salvar
a una herida— provocando involuntariamente la muerte del paramédico antes de
ser el mismo quebrado por su enemigo.
Un enigmático Marnot
impide que el vengador reciba el frío beso de Hela, y condiciona su regreso a la
Tierra —donde la
Bruja Escarlata (109) mantiene el último
hálito del héroe— a que éste comparta su existencia con Olson. Tras enviar al
limbo al Destructor, el dios comprobará la dureza de la vida cotidiana de un
mortal: trabajo estresante, relaciones complicadas y secretos asfixiantes.
Una deidad marina (120) necesitada de consorte
complica la vida del asgardiano cuyo Mjolnir comienza a rebelarse; acudiendo en
su rescate Namor (112), experto en eso de enamorarse de quien de él no se enamora. En
Asgard, sobriamente reconstruido, asistimos al diálogo de unos seres que buscan
capturar al último asgardiano: el Dios del Trueno. Aparece en escena Hércules (125), tras los destrozos que
aderezan estos reencuentros, ambos viajan al Olimpo, donde Thor espera contar
con el apoyo de Zeus (124). Encontrándose un panorama desolador, del que olímpicos culpan a
asgardianos.
La dificultad de las
relaciones paterno-filiales vuelve a florecer al apoyar Hércules a su amigo,
quien clama la inocencia de su estirpe, frente a su padre. En Asgard otro
progenitor doliente, Odin (85), conoce la identidad del enemigo, Los Dioses
Oscuros, y la causa del enfrentamiento divino: el rencor
de una mujer despechada. ¡Ah, las mujeres!
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