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domingo, 25 de octubre de 2009

Érase un dios a un martillo pegado 2/4


Los temores de muchos aficionados aumentaron al finalizar el primer número, con un Dios del Trueno presumiblemente muerto al igual que el kriptoniano al que la gente confunde con un pájaro. Los recelos del autor de este artículo estallaron en el segundo episodio, al recibir el héroe una nueva identidad mortal: “¿¡La madre que lo parió, otra vez me lo van a poner lisiado, embarbado y enamorado!?”, gritó desde su trono de roca el estreñido Nino Ortea.

¿Era posible que en dos episodios Jurgens convirtiese su proyecto en un ragnarok editorial?
La recuperación de personajes y situaciones impregnaba la serie de una aroma rancio; máxime cuando el difuso periodo en que Ron Frenz y Tom DeFalco comiquearon al galán, había agotado la viabilidad de enfoques revivalistas.
Todo apuntaba a que el atractivo de la serie recaería exclusivamente en el dibujante John Romita Jr., quien prescindía del desafortunado aire a vicetiple de Locomía —ideado por Mike Deodato– que había avergonzado al dios en su etapa postrera, y le devolvía la majestuosidad y esplendor propios de una deidad que camina entre mortales. La serie fue progresivamente alcanzando un interés que convierte su lectura en fuente de entretenimiento y diversión. Incluso ahora, que para divertirme me basta con pensar que luego volveré a verte.


Dioses Oscuros

Marvel apoyó el regreso de Thor (julio, 1998) con la publicación del primer número con cuatro portadas diferentes; editándose en septiembre este episodio sin el entintado de Klaus Janson. Parece ser que la editorial planeaba reproducir directamente los dibujos de Romita, idea finalmente abandonada por limitaciones técnicas.
Nota a los curiosos —para las curiosas, un beso—: los números entre paréntesis tras personajes o situaciones, indican los episodios en los que éstos aparecieron u ocurrieron por primera vez en la serie regular.
Un secuestrador —que dice ser Heindall (85)— logra que Thor lo lleve a las ruinas de Asgard; unos militares descargan un contenedor; mientras es presentado el enfermero Jake Olson, y Hela (102) recibe una esperanzadora profecía. Thor deja al falso Heindall, al cuidado de Jane Foster (84), ahora doctora; para acudir en ayuda de Los Vengadores (101) frente al Destructor (118), quien ha cobrado vida apoderándose del espíritu del militar al mando de la descarga del contenedor.
Envuelto en el fragor de la batalla Thor no repara en Olson —quien está arriesgando su vida para salvar a una herida— provocando involuntariamente la muerte del paramédico antes de ser el mismo quebrado por su enemigo.
Un enigmático Marnot impide que el vengador reciba el frío beso de Hela, y condiciona su regreso a la Tierra —donde la Bruja Escarlata (109) mantiene el último hálito del héroe— a que éste comparta su existencia con Olson. Tras enviar al limbo al Destructor, el dios comprobará la dureza de la vida cotidiana de un mortal: trabajo estresante, relaciones complicadas y secretos asfixiantes.
Una deidad marina (120) necesitada de consorte complica la vida del asgardiano cuyo Mjolnir comienza a rebelarse; acudiendo en su rescate Namor (112), experto en eso de enamorarse de quien de él no se enamora. En Asgard, sobriamente reconstruido, asistimos al diálogo de unos seres que buscan capturar al último asgardiano: el Dios del Trueno. Aparece en escena Hércules (125), tras los destrozos que aderezan estos reencuentros, ambos viajan al Olimpo, donde Thor espera contar con el apoyo de Zeus (124). Encontrándose un panorama desolador, del que olímpicos culpan a asgardianos.

La dificultad de las relaciones paterno-filiales vuelve a florecer al apoyar Hércules a su amigo, quien clama la inocencia de su estirpe, frente a su padre. En Asgard otro progenitor doliente, Odin (85), conoce la identidad del enemigo, Los Dioses Oscuros, y la causa del enfrentamiento divino: el rencor de una mujer despechada. ¡Ah, las mujeres!




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