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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

martes, 6 de octubre de 2009

Sentí celos






Sentí celos de mí.

Sentí recelo de mi estado emocional y desconfié de mi hechura.

Sentí que este caminante debía reequilibrar su bagaje emocional y adecuar su equipaje a un nuevo viaje.

Sentí —y no quiero decir “he sentido”— celos de mí.

¿Te extraña esta reafirmación? ¿Te preguntas cómo pude verme así?

Muy sencillo: los celos son resultado de un sentimiento de posesión, y lo único que poseo es a mí mismo. Nada más me pertenece, ni mi corazón ni mi destino.

La única propiedad que puedo escriturar es mi voluntad de aprender y mejorar; por eso convertí, convierto y convertiré este blog en acta notarial de mi perenne voluntad de cambio. No de llegar a ser más que nadie, pero sí de convertirme en mi mejor “yo”. Vuestros ojos fueron los testigos de ese cambio, atestiguado por vuestros comentarios.

La razón de mis recelos está en que —sin buscar hacer de mi vida una película de indias y vaqueros— tras colocar un sueño tras otro, llegué a Cordura. Allí, sentado en el porche del saloon más festejante —y a la espera de que la pianola volviera a hacer bailar caderas pizpiretas—, comprendí que si uno puede sentir alegría, tristeza, arrepentimiento o satisfacción por lo dicho y hecho; también puede sentir celos de esa parte de su ego que lo absolvió de sus pecados y lo llevó a un lugar que consideraba un espejismo.

Todo espejismo es la encarnación de un deseo positivo. Durante 5 años yo había desertado de la ilusión y arenado en la apatía. Sin saber cómo —quizás por que hay alguien allí Arriba que me cuida— volví a caminar con rumbo fijo. Rumbo que, cual Holandés errante, ambiciono mantener bohemio pero fijo. Ambición que, cual John Silver, me lleva de isla en isla en búsqueda de un tesoro: La Felicidad.

Para guarnecer mi chalupa por los mares del destino, recurrí a la fiel tripulación de un solo hombre que me sirve lealmente bajo el santo y seña de Nino Ortea. Con ese heterónimo, me enrolo y saqueo a mayor gloria de mi propia bandera.

Mis abordajes y desarboladuras son siempre al viento de lo personal, nunca por negocios. Pues el personaje en el que muta mi persona, no busca quitar o poner rey, sólo ayuda a su señor.


Ver cómo, una vez más, este hermano de la costa había cumplido su misión al trocar mi pecio vital en un bajel con rumbo, me llenó de envidia y dudas.

¿Qué tiene mi instinto que lo hace más eficaz que mi intelecto? ¿Y si todo es un autoengaño, y en realidad sigo varado en tierra de nadie?

Si es así, ¡bendito autoengaño!

Si el puerto que llamo Cordura es en realidad Locura, ¡bienvenido al delirio!

Si tengo que sentir celos, que sea siempre de Nino Ortea, pues mi vida sería más vida si la viviera como él la vive por mí.

De hecho, el Nino que viene y enloquece no es el mismo que mañana tomará contigo ese café reposado. Al igual que yo no sería como soy de no ser por ti, él no sería como es de no ser por vosotros que lo completáis en la vida real y en la literaria. Sin vosotros, no habría vuelto a sentirme feliz. Gracias.

Por eso, no quisiera que vierais ingratitud en una decisión que hago firme. Hasta ahora, Ven y enloquece ha sido una obra colectiva enfocada en mi autoayuda. Vuestras lecturas y vuestros comentarios han sido las coordenadas de mi mapa creativo. Es más, si este blog sigue vivo es por que considero que no es mío, lo es de todos.

Entre todos lo henos escrito, y es en mis respuestas a vuestras manifestaciones donde fallo, donde soy más Marcelino y menos Nino; y este blog lo colectiviza Nino Ortea, ¿de acuerdo en eso?

Es en las respuestas donde más me alejo de mi intención de ficcionar mi vida embelleciéndola con fantasías; en lugar de ilusiones, afloran mi bilis y su virulencia.

Para mí, Nino Ortea es el caballero andante que siempre derrota al dragón, el amigo que te rescata de la desolación y el juerguista que sólo duerme solo las noches que acaban en “No”. Nino Ortea es mi esperanza en los momentos en que el destino me alcanza. Un católico diría que Dios creo El libre albedrío para que podamos elegir entre el Bien y el Mal. Yo creé a Nino Ortea para pasarlo bien y arrepentirme mal.


No veáis una intención de mentir en mi deseo de ficcionar, en tal caso el más dañado sería yo. Es algo más sencillo: al embellecer lo vivido busco compartir optimismo.

Tenemos que mantener viva la esperanza en que lo que nos queda será mejor que lo que se nos fue. Me gustaría que la lectura serializada de este blog trasmita pasión por la vida. La vida es algo único, pero dejamos que lo cotidiano nos aleje de esa sensación.

Tengo claro que mi madre no me trajo al mundo, tras un parto muy doloroso, para que yo desperdicie mi existencia. Hay personas que desahuciadas en lo físico mantienen su pujanza en lo vital. No soy quien para quejarme. Me gusta mi vida. En el fondo vivo como me gusta vivir.

Si yo puedo volver a mirarme con orgullo al espejo, después de haber hecho de él un retrato de Dorian Gray, tú también podrás. Todos proyectamos sombras en las que anidan nuestros monstruos. No debemos avergonzarnos por las veces en que nos han dominado. Somos humanos, no máquinas.

Creo que nuestro principal recurso es la capacidad para ilusionarnos: con una sonrisa, con un roce o con unas palabras. Tú tropezarás, caerás y te arrastrarás; pero, por favor, no dejes que el miedo al vacío te impida soñar que un día volarás.

Ahora, yo necesito intentar volar; y necesito hacerlo solo, sin el faro de vuestros comentarios.

Siempre que queráis charlar, encended un candil en el tragaluz de venyenloquece@hotmail.es; y este Peter Pan viajará desde su Nunca Jamás hasta los ventanales entreabiertos de vuestra complicidad.

Una vez más, gracias por haberme ayudado a recuperar la ilusión por las pequeñas cosas.

Una vez más: ¡Gracias por venir y enloquecer!

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