Hace poco
más de dos años, Viviane Reding –Vicepresidenta de la Comisión Europea y responsable
de Justicia– anticipó una serie de reformas legislativas de las leyes de protección de datos de la UE. Con estas medidas, se busca proteger la
información personal que los ciudadanos facilitamos al acceder a ciertos servicios en Internet.
Entre estas iniciativas legales, me llama la atención
la denominada “Ley del olvido” que busca establecer el precepto de “privacidad
por defecto”, de forma que los datos de los usuarios no puedan procesarse salvo
si éstos dan su permiso expreso. Así mismo, esta ley garantizará que los
usuarios podamos exigir a las empresas que gestionan las redes sociales, que no
guarden nuestros datos o fotos tras habernos dado de baja en sus servicios.
Esta vez,
no son las máquinas quienes replican a sus creadores su ira por ser efímeras;
sino que somos los humanos los que deseamos ser fugaces, cual gotas de lluvia,
en los tejados cibernéticos. Una vez más, confiamos en que la realidad virtual
nos permita abordar naves en llamas más allá de Orión, mientras en la realidad
carnal nos dedicamos a perder momentos en el tiempo más cerca de Gijón.
Al otro
lado de las pantallas, alejados del océano de libertades que surcamos en
Internet, navegamos en el mar de los sargazos de los convencionalismos
sociales. Dejamos que los pecios del pasado aminoren nuestra marcha y desviamos
nuestro rumbo, ya de por sí bastante tormentoso, al forzar nuestras velas al
capricho de los tópicos.
En las
costas de la Exonet, hacemos lo
contrario a lo que tuiteamos en La
Red. Nos convertimos en custodios solícitos de lo que ya no existe y forzamos situaciones
incómodas, que llevadas a la ficción de un relato nos llevarían a
identificarnos con los personajes que encarnan a nuestra conducta como
personas.
Muchos nos comportamos como los protagonistas de la televisiva Perdidos,
empeñados en abandonar una isla a la que siempre acaban volviendo.
Leer A través del espejo (323)
Leer A través del espejo (323)
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