Nuestro problema es que no sabemos olvidar. Lo
hacemos mal. Recurriendo a falsos recuerdos, proyectando culpas o subjetivando
lo objetivo. No aceptamos nuestra realidad, ni reparamos en la ajena. Al igual
que los personajes de la serie televisiva Perdidos, nuestros anhelos nos anclan a vidas que ya no nos esperan.
Quizá, si nos fijamos en cómo actuamos la mayoría
respecto a nuestras ficciones favoritas, veamos en ese comportamiento un
reflejo de nuestra conducta social: acumulamos sus temporadas en nuestros
estantes, a la espera de verlas; al igual que confiamos distantes en que aquél
al que llamamos “amigo” no esté esperando, cuanto nos apetezca verlo.
Guardamos excelentes recuerdos de algunos de los
episodios; pero, según fueron avanzando las tramas, nuestro interés hacia sus
vicisitudes fue decreciendo. Una noche, al acostarnos, recordamos que no hemos
visto la emisión de ese día, sin que su vacío nos quite el sueño. Dejamos de
interesarnos por la información relativa a los que fueron nuestros personajes
favoritos; y nos limitamos a mantener unos contactos mínimos con una ficción
que ya no compramos, sino descargamos.
Un día, nos enteramos de que sobre nuestra serie
amiga se cierne una amenaza de cancelación. Nos pegamos un atracón forzado de
capítulos, pues tememos que nuestra ausencia tenga mucho que ver con la
situación apurada que vive la ficción. La incorporación de nuevos personajes y
los giros argumentales novedosos dificultan que sigamos los episodios
recientes, así que nos dedicamos a revisar los antiguos. Compramos tazas,
camisetas y tebeos de una producción que volvemos a recomendar a todos nuestros
allegados; pese a que algunos de ellos han seguido viéndola durante este
tiempo.
Si cancelan la producción, exteriorizamos nuestra
decepción con unos productores que han ignorado nuestras muestras de afecto. No
comprendemos que la ternura a destiempo nunca es compartida. No aceptamos que
nuestra serie ha seguido su desarrollo sin nosotros. No es culpa nuestra el que
la historia llegue a su fin.
Por alguna razón, me resisto a deshacerme de la
serie Perdidos,
aunque sé que nunca volveré a verla completa. Quizá por la misma razón, sigo
llamando “amigo” a quien ahora es sólo un “conocido”. Por alguna razón, sigo
guardando números de teléfono tras los que ya no sé si me espera una voz familiar.
Por alguna razón, siempre se me olvida que ciertas relaciones sólo viven donde
habita el olvido.
Si alguna vez vuelvo a llamarte, amigo, espero que
sea tu voz la que me salude y me diga que las cosas tuvieron que empeorar un
poco antes de mejorar.
Leer A través del espejo (322)
Leer A través del espejo (322)
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