No
todos podemos hacer como el escritor Marcel
Proust.
Insatisfecho
con las circunstancias que lo rodeaban Proust
decidió remodelarlas. Para ello no necesitó estremecer a sangre y fuego las
calles. Para revolucionar el Mundo, le bastó con encerrarse en una sala
acolchada y escribir la heptología À la recherche du temps perdu (En
busca del tiempo perdido), obra en la que remodela la realidad con el cincel de
los recuerdos.
Está claro que pocos tienen el talento de Marcel Proust y contados son los que pueden permitirse eso de
aislarse de manera acolchada del mundanal ruido, con lo que su medida nos resulta
desmedida o inalcanzable.
Bien
como escritores o como lectores, todos personalizamos nuestras vivencias; o
dejamos que nos las particularicen. Y la mayoría participamos del anhelo de
recuperar el tiempo perdido. Pero de ahí a la obsesión con retroceder en el
calendario que les ha entrado a los mandamases de este país, queda una demasía.
“Tempus fugit”, dice el aforismo latino, latinizado por los ladinos de los
aforados y los forrados patrios en “Tempus lucrandi est”.
Llama
la atención la desmemoria y desvergüenza con la que algunos políticos, relegados
a la oposición, encabezan protestas sociales ocasionadas por sus políticas
trileras. Aunque ellos se empeñan en endosárselas a quienes los han sucedido,
hace apenas dos meses, en sus cargos y poltronas gubernamentales, a ellos se
debe en parte–por acción u omisión– esta actual fractura social.
No
dos meses, sino a casi 18 años atrás es donde nos retrotrae el actual Gobierno.
Empeñado como está en presentar como garantías de sus logros futuros, sus
“teóricos” éxitos del pasado.
Nuestros
gestores son conscientes de que, tras la implantación de sus medidas económicas
y laborales, serán más partido y menos populares; de ahí su revivir un tiempo refugiado
en los calendarios. Nuestros gestores son inconscientes de que, al recordarlo,
todos tenemos un pasado glorioso; al igual que, al añorarlo, todos los calvos
describimos un cabello sedoso.
Por
el cabello quiere arrastrarnos la Patronal a caballo pasado. Al herrado hace
apenas un siglo, cuando el “paternalismo burgués” permitía a los empresarios
descuidar, como hijos (abandonados), a sus empleados; en una estructura de
prebendas y abusos similar a la que aún rige organizaciones tan rentables como
“La Mafia”. Es preocupante el que estos prebostes acusen a los desempleados de
aspirar a vivir de subsidios. Cree el urdangarín
que todos calzan su calcetín, pues estos apandadores laborales deben sus
beneficios a subvenciones, desgravaciones y aportaciones de dinero público a
sus empresas privadas.
Dicen
que el Arte
es reflejo de la Vida. Quizá por eso ahora está en boga la ficción en la que
el hombre se come al hombre.
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