Hay
momentos en los que conviene mirar hacia atrás sin ira, contradiciendo al
escritor John Osborne, para apreciar
el camino recorrido. Momentos como esta mañana soleada de invierno en otoño, en
la que parecen tan lejanos los ataques del invierno del desencanto contra la
primavera de mi ánimo.
Parece
mentira lo mucho que se puede tardar en recorrer la corta distancia que nos
aleja de ser como no queremos ser. Supongo que los comportamientos viciados
parecen siempre los mejores atajos, de ahí que recurramos a conductas devenidas
en tics de nuestro histrionismo. No nos damos cuenta de que esos atajos son, en
realidad, las paredes del laberinto que nos lleva al corazón de las tinieblas
de nuestro personaje; y nos aleja del latir acompasado de nuestra persona.
Un día,
ya harto de taquicardias, dejas de moverte en meandros y vuelves a retomar tu
paso. Tu única dirección es alejarte de lugares donde no quieres estar. Con
suerte, algún día en cualquier esquina, te cruzas con alguien con quien
acomodas tu ritmo vital. Alguien junto a quien estos tiempos difíciles que
vivimos se transforman en memorables, al compartir experiencias de azúcar o de
sal. Junto a ella procuras compartir la magia de lo cotidiano, buscas tu
reflejo en su sonrisa, te empapas de su perfume en cada amanecer compartido, le
levantas la falda si se deja… Y, ante todo, sigues aprendiendo y disfrutando.
La vida
es un paseo que no siempre nos lleva a callejones sin salida. Muchas veces esos
paseos conducen a una sala, en un principio oscura. Allí sólo tenemos que
esperar, como una bombilla, a que nos encienda el roce adecuado.
No
desmayes en tu paso. No te desanimes en la espera. No siempre será invierno,
llegará la primavera.
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