Cuando hace cinco años
escribí esta entrada, trabajaba de recepcionista de noche en un hotel, en 6
jornadas laborales en turnos de 9 horas. Más allá del sueldo –soy tan vulgar
que hago por dinero lo que no haría por cariño–, esa experiencia laboral
discontinua de 4 años valió para ayudarme a conocerme. Éste texto, está escrito
en la tercera Navidad que pasé en la recepción. Releerlo me ayuda a
reconocerme; confío en que a ti te entretenga.
lunes, 29 de diciembre de 2008
Hola a todos:
Se acerca el fin de año. Período propicio a reflexionar sobre lo
andado y planear nuevas caminatas.
Enero es un lapso lleno de propósitos de enmienda y dolor de los
pecados: dejar de fumar, apuntarse a un gimnasio, aprender inglés,… “Mamá,
esta evaluación me voy a esforzar”… “No volveré a llamarla”… “En
cuanto pasen las fiestas, lo hablo con él”…
Pero, por desgracia, huyendo del frío, nos solemos dejar olvidados
nuestros propósitos de cambio para enero.
El mes de septiembre también es un momento en el que planeamos
aligerar nuestro bestiario y avivar nuestro devocionario; aunque, quizás porque
el mañana no existe —o porque es recomendable tener planes por desarrollar
cuando nos jubilemos—, lo normal es que, ya en octubre, sigamos adorando a
borregas de oro y esculpamos tablas de diez mandamientos a cumplir en cuanto el
presente se convierta en pasado.
No sé si os habré comentado alguna vez que cuando Nino era
niño, le dio por abrir una radio y ponerse a chupar su corazón: un
¿condensador? que había dentro. Lo más curioso de todo es que, según me
cuentan, yo había estado leyendo un tebeo de El capitán Trueno —en el que se
enfrentan a una secta de adoradores de un murciélago (“muciégralo” en idioma ninosko) gigante— antes de ponerme a la
ingesta del transistor. ¡Para que luego digan que eso de leer no es malo!
Caricias a mano abierta aparte, ese atracón de voltios tuvo sus
consecuencias:
La coña con lo de “muciégralo” pervive hoy en día.
Mi madre procuró no volver a dejar ningún receptor a mi alcance.
Cada vez que comento que voy a cambiar un enchufe, mi padre me
pregunta si tengo hambre.
Me encanta cantar, hablar y poner voces… no es que esté poseído ¡es
que parezco una radio!
Todo esto viene a cuento de, que mientras escribía el párrafo anterior
en el escenario de esta recepción vacía, canturreaba una canción de Sinatra (Forget
Domani) donde nos invita a vivir el presente pues el mañana nunca llega.
Así que, en lo que puedo, estoy intentando anticiparme a la llegada del año
nuevo para acercarme a lo que quiero ser.
Que el destino es una fuerza muy caprichosa es algo que aprendemos de
lo vivido; pero, si le ponemos ganas, convertir ciertos vicios en placeres es
sólo cuestión de terquedad.
De hecho, mientras me entretengo jugando con el teclado, mi existencia
puede haber emprendido una nueva dirección, y yo sin saberlo. No en vano, el
doblar una esquina, o llevar un teléfono a la playa, ha tenido en mi vida
repercusiones más transcendentales que la más meditada de las decisiones.
Desde hace tres años, las cosas han mutado. Mi medida del tiempo ha
cambiado y, la nueva añada vital comienza cuando finaliza mi contrato en el
turno de sombras de esta sala de hotel. Mi condición recepcionista condiciona
mi percepción del tiempo y la forma de vivirlo, hasta el punto de que el año no
comienza con la ingesta de doce uvas, si no con la firma de un finiquito. Es
para entonces que sitúo mis propósitos de mejora y cambio.
Centrándome en el blog, mucho ha cambiado desde el 20 de julio en que
escribí El porqué de las cosas. Debo reconocer
que en mi convalecencia emocional, desarrollar Ven y enloquece ha sido
una de las actividades más reconfortantes para mi autoestima.
Por desgracia, la apertura de este blog ha conllevado mi alejamiento
de algunas personas. Hubo reacciones que no supe, o no quise, entender. También
noté rabietas celosas alternadas con desprecios deslucidos. No faltó la figura
del lector que —como ese concurrente a un espectáculo de magia que se desvive
en gritar “Eso tiene trampa”, “Aquí hay truco”— se empeñó en
intentar desvirtuar el blog a su imagen y semejanza, sin darse cuenta de que su
actitud sólo revelaba su carácter ágrafo.
Cada lector es un milagro de comunicación, pero no escribo para nadie
en concreto. Ante todo escribo para mí y por mí.
A todos los que han llegado a mi vida o se han alejado de ella; a las que
expulsé de mi templo por fariseas o acogí por sinceras; a los que decepcioné,
mentí o me decepcionaron y mintieron…
A quien
ignoré en mi ceguera, le pido perdón.
A todos, idos o venidos, os deseo lo mejor; pero algunos caminaréis
solos por las calles del olvido, o, al menos, lo haréis sin mí.
Os dejo con un fragmento del poema Canto a mí mismo, de Walt
Whitman.
Salud y suerte.
De "Canto a mí mismo":
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago... e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.
Y? te seguís reconociendo ahí? que buen lugar de trabajo para escribir en un blog... eso del gym y del inglés me pasa a mí también, menos mal que no fumo... donde te encuentra este fin de año? trabajando o libre?
ResponderEliminarfelicidades entonces y nos seguimos leyendo, abrazo...
Hola, JLO:
EliminarGracias por la lectura y el comentario.
Antes de que yo llegara a la histeria, ese trabajo se convirtió en historia. En la actualidad trabajo a media jornada y me estoy formando, así que lo de escribir me cuesta algo más.
¡Feliz 2014, JLO!