Quizá ahora que están
dificultando el intercambio de archivos informáticos, ha llegado el momento de
compartir confidencias. Aquí va una: Me gustaría
ganarme la vida escribiendo.
La musa de la inspiración puede ser
gratuita, pero la “gusa” de la alimentación cuesta dinero. Y soy tan vulgar que
necesito comer a diario, para así poder alimentar mis apetitos creativos.
No espero firmar un contrato
millonario, ni figurar en la lista de los escritores más vendidos. Uno no crea
por dinero, sino por necesidad. Aunque hay necesidades más perentorias que la
de escribir.
Existen sociedades ágrafas que
acumulan siglos de Historia. La historia de un creador famélico es de muy breve
recorrido, pues éste acaba engañando su hambre creativa con un plato de
lentejas laborales.
Volver a hacerme eco de este
anhelo creativo y remunerativo, me lleva a reaventurarme por el laberinto de
contradicciones que conlleva mi paseo por la vida; ya que defiendo mi autoría,
pero no respeto la ajena.
Como no pago por acceder a
Internet, me las arreglo para que otros compartan involuntariamente su señal.
Gracias a que me tomo prestado lo que no se me ofrece, leo mi correo
electrónico, busco empleo, ojeo webs y actualizo este blog. También descargo
archivos.
Lo precario de mi acceso me
impide liberar al acumulador que hay en mí. Aunque cada semana algún nuevo
cómic, revista o contiendo audiovisual acaba incorporándose a mi botín
electrónico. Todo ese material tiene autores que, como yo, esperan que su
trabajo les reporte unos ingresos.
No presto atención a las
realidades ajenas. Las paredes de mi laberinto me impiden ver lo que no quiero
ver. Con cada piedra que me encuentro en mi camino personal voy construyendo mi
muro defensivo:
Yo no quiero que cierren videoclubs ni editoriales.
Yo no quiero que los escritores trabajen de escribanos. Yo sólo quiero aquello
que se publicita y no puedo comprar. La culpa de mis sisas es de los
especuladores culturales. ¡Ellos me obligan a hacerlo!
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