Hay
veces en que creo que el tiempo, no pasa, sino que nos pesa, como esa piedra
que dejó desdentado al titánico Cronos.
Aseguran
los que no pierden un minuto en imponernos la hora en que vivimos, que estamos
en la “Era de la información”, en la que los avances tecnológicos contribuyen a
mantenernos conectados con lo amado e informados de lo necesitado.
Una
vez más, ni corazón de hojalata y mi cerebro de quita y pon me impiden
comprender la verdad de esta aseguración. Quizá también influyen en mi
incomprensión el que me conecto a Internet con señal prestada y que mi teléfono
no es inteligente, sino un zapatófono de los que regala el Superintendente
Vicente a todo agente licenciado con deshonor.
Y es
que yo no quería estar con cualquier T.I.A, sino que ser tuyo, Lola. Por lo que en cuanto vi
que, sin ningún respeto, me infidelizabas con un vulgar Anacleto, no hice
ningún secreto de que me sentía un cateto.
Volviendo
al tema del “tiempo que vivimos”, que es pensar en ti y me descentro, creo que sobrevivimos
en la época de la desinformación y del desapego. Los teléfonos ¿inteligentes?
atontan a muchos adultos, que ven en regalarle un móvil a su hijo impúber una
oportunidad para escurrir el bulto de la responsabilidad.
¡Si
le tienen más cariño al teléfono que al niño! Están todo el día pendientes de su
pantalla, presumen de él ante sus amigos y si pasa un rato sin oírlo se ponen
nerviosos y lo miran con rostro decepcionado.
Y en
cuanto a lo de que la nuestra es una sociedad informada, creo que el periodismo
no está viviendo su periodo más digno, sino uno que oscila entre el tremendismo
y el adoctrinamiento. Eso sí, al final todos iguales; ya que tanto los medios
de comunicación públicos como los privados son la voz de su amo repanchingado.
En
estos aconteceres de llamadas a cuatribanda y mensajes automáticos, tú sigues fiel
a tus procederes de hablarme con el silencio de las llamadas perdidas, Lola,
mientras pierdo la razón y se me acelera el ritmo cardiaco intentando
conjeturar por qué, yo que me vanaglorio como un gran simio, dejo que me trates
como al macaco más nimio.
Entre
las arritmias de mi corazón y el anacronismo de mi percepción, no sé de qué te
extraña el que no sepa el día en que vivo si no lo desvivo a tu lado.