De niños, noticias tan sencillas como “Hoy de postre, tarta”, o “Tienes algo de fiebre, no vas a poder ir al
cole” se convierten en noticiones. De esos que te llevan a celebrarlo con
tal energía que tus padres te acaban dejando sin tu ración de pastel –por eso
de creer que estás hiperactivo a causa del excesivo consumo de azúcar–, o a
gritar de tal alegría que tus papis deducen que nunca estuviste acatarrado y te
mandan a la escuela bajo la amenaza de darte en el culo con su suela.
Si, Sidonie, lo reconozco: de niño este
Nino comía tiza para enfermar y así no ir al colegio; y devoraba dulces pese a
estarme contraindicados por eso de volverme inquieto. Y es que, como bien sabes,
mi imaginada: soy de natural caprichoso y de debilidad, goloso.
Ya de adultos, parece ser que un requisito de madurez es
aceptar la estupidez de que son las malas noticias las que molan, y hacen
buenos a los pésimos informativos que desde que empiezan hasta que te terminan
no paran de contarnos bolas –desde “Se ha
acabado la crisis” a “Esta noche presenciaremos
un eclipse solar”–. Y yo, crédulo que soy ante la esperanza, me gasté mis
últimos ahorros en un telescopio, confiando en que mañana el sol del empleo
brillaría y que esa noche del oscurecimiento solar disfrutaría; pero nada de
nada, el único espectáculo del que disfruté anoche fue de mi vecina, la
exhibicionista, exteriorizando como a diario su pellejudo cuerpo nonagenario. Hoy,
que es lo que ayer escribí como “mañana”, el trabajo me lo ha dado el
escamotear el café en el bar de abajo, que en lo laboral sigo tan
desaprovechado que temo que me encerrarán cualquier día por improductivo.
Quizá lo peor de esta situación en que los cuentos no se
encuentran en las fabulaciones, sino que en las noticias, es que a los ilusos,
por no quedar, no nos queda ya el recurso de refugiarnos en la ficciones que
nos maravillaban de niños; pues el solaz de los adultos es comercializado como
un entretenimiento de masas que busca convertirnos en borregos, sometidos al
pastoreo de economistas disfrazados de “promotores culturales”. Antes, en eras
precedentes a esta ira, podías abrir un libro de Stevenson y fugarte a Los mares del sur, o sentarte bajo techo para
cantar bajo la lluvia. Pero ahora la Ficción muerde al dictado de la Realidad
con tanto zombi, no muerto o vampiro que anda suelto.
Esas sí que eran buenas noticias.
ResponderEliminar¿Para que madurar? ¿Que tiene de deseable hacerlo? Yo sostengo que conviene ser un inmaduro.
Me parece que hay ficciones para ver. No sólo se puede leer libros de Stevenson, sino algunas adaptaciones historietas. Como las que ha hecho el dibujante Horacio Lalia. Y algunas ficciones que pasan en los medios son de lo mejor.
Una nueva entrada inspirada por Sidonie.
Saludos
Buenas tardes, Demiurgo:
EliminarTanto en Hurlingham como en Ninolandia lo que maduran son los frutos de los árboles no los de nuestra ilusión. A la esperanza le viene bien el vestirse de verde, y no de colores maduros, pues el gris y el negro son tonos que apagan. Desaprender es el requisito básico para mantener activa la curiosidad, de ahí que no nos encontremos entre los alumnos voluntarios de quienes buscan darnos lecciones de experiencia.
Sidonie sonríe en tu compañía, Demiurgo. Eres mágico.