Ayer
por la mañana, el sol que nos está siendo tan esquivo este verano vino a
visitarnos, quizá para unirse a la polvoreada celebración de la patrona de nuestra
ciudad.
Como
buena mañana norteña, el cielo presentaba sus claro-obscuros, lo que me
permitió salir con una chaqueta por alforja en la que guardar dos pares de
gafas –pro lectura y anti sol–, un botellín con agua, un lápiz y una libreta
–por eso de si mi divagar me acercaba a algún parnaso creativo–. Ahora que,
pese a mi inmadurez, me encamino a hacerme viejo, suelo salir de casa tan
equipado que en vez de irme de paseo parece que me voy a Borneo.
Estaba
sentado, absorto en mis ensoñaciones, cuando alguien pronunció el nombre por el
que me asentaron en el registro civil. A la tercera citación, me di por aludido
y miré a mi invocador, temiendo que fuera alguno de aquellos señores vestidos
de chándal que merodeaban por el parque, y que me retaba a echarle una carrera por
eso de quedar bien ante sus nietos.
Quien
me habló era un antiguo compañero de instituto, el cual, al igual que otros
muchos desplazados vitales, se había convertido en turista accidental de su
antigua ciudad durante las fiestas patronales. Tras recordarme quién era, se
olvidó de preguntarme cómo estaba. Mis tripas empezaron a avisarme de que llegaba
el momento de irme a casa, para no tardar en saborear la comida que había
preparado mi padre. Así que rechacé la invitación del aparecido a ir a
compartir unas sidras; y, tras volverlo a declarar bienvenido a nuestra ciudad,
me despedí sin mostrar intención de saber más de él y de sus treinta años de
gloria que aún le quedaban por glosarme.
El
desconocido se ofreció a acompañarme un rato, así que opté por tomar el camino
de vuelta más corto. Me habló de forma apurada sobre su vida exitosa y de su
glamurosa esposa, a la que me presentaría la próxima vez que nos volviéramos a
ver. Llegados a mi portal, intentó seguiraireando logros, entre los que no
estaba el de lograr atrapar mi atención. A mi hambre azuzante se unió la
urgencia por ir al baño –que como ya no soy aquel alumno de instituto al que le
hablaba el desconocido, mi cuerpo cincuentón encuentra difícil frenar la
micción–, así que tras una brusca despedida me fui sin tiempo para aceptar su
sugerencia de intercambiar nuestros números de teléfono, que el muy alegre
tenía toda la pinta de ser uno de esos hombres felizmente casados que no se
cansan de mandarte, a escondidas de sus esposas, por WhatsApp videos de mujeres
gozosas de no estra unidas a él.
Como
aún faltaban unos minutos para la hora acordada, y a mi padre no le gusta que
las cosas ocurran antes de cuando las espera, me senté a hacer tiempo para
subir a comer. No sé por qué me acordé del fallecido James Gandolfini. Más bien de la psiquiatra que oía desganada sus confesiones
en la teleserie «Los Soprano». Quizá, al final, la vida sea un sueño; pero hay
momentos en los que escuchar la de otros se convierte en pesadilla.
Gracias
por escucharme / leerme, amigo lector.
Creo que entiendo eso que planteas, que esa frase resume.
ResponderEliminarEs un desafío lo de mostrar falta de interés, en una forma que no sea agresiva.
Saludos.
Buenas tardes, Demiurgo:
EliminarSí, para mí constituye todo un desafío el no mandar a paseo a los aburridos. Quizá por ello mi solución suele la de ser yo quien se va de paseo, o, como en este caso, a casa.
un abrazo, Demiurgo.
Me has hecho reír Nino
ResponderEliminar:)
y es que cuando uno no tiene interés ... pues eso, ni p caso , y haces bien
lo de Borneo un puntazo jajaja
yo casi , pero a tan lejos no llego
un abrazo y disfruta de las fiestas !
a tu manera
:)
Tristes tardes, MaRía:
EliminarAcabo de leer la web de “El país” y son 10 los asesinados en el atentado terrorista.
Hay veces en las que la realidad no se combate con imaginación, sino que con determinación. Mi intención al conectarme esta tarde a Internet era la de buscar información para mi nuevo proyecto literario, no voy a dejar que la brutalidad de unos criminales me aleje de esta búsqueda, pero reconozco que mi ánimo está tocado.
Muchas gracias por tu compañía.
Un abrazo con fuerza, MaRía.
Sin duda alguna, amigo Nino...
ResponderEliminarSiempre hay un pasado que viene cargado de historias "interesantes" que contar-te... Pero a nuestra edad... sobra pasado y pesados...
Un placer leerte... me has sacado una gran sonrisa.
Mil besitos de buenas noches, amigo mío.
Hola, Auroratris:
EliminarGracias por tu comentario. Disculpa mi tono apagado al corresponder a tu amable visita, pero no estoy con el ánimo muy festivo: las noticias sobre el atentado en Barcelona me están entristeciendo.
Un fuerte abrazo, Auroratris.
Nino, siempre será un placer leerte. Indudablemente, el mundo se compone de dos especificidades humanas: los latosos, y los agradables. Me agradan tus crónicas, tu franqueza, y esa necesidad de ser feliz, a pesar de los años, y la necesidad proverbial en vos, de mantener a resguardo tu intimidad. UN abrazo que te llegue al alma. carlos
ResponderEliminarBuenos días, Carlos:
EliminarGracias por tus constantes palabras de aprecio.
Sí, creo que uno de los principales problemas en nuestras relaciones sociales es que no aceptamos que otros se muestren indiferentes ante nuestros encantos evidentes. Y nuestro malestar ante esa indiferencia se convierte en enfado si el indiferente es alguien a quien consideramos un pobre desgraciado al que bendecimos con nuestra compañía.
Soy de los que viven fiel a su sentir, tengo esa suerte, de ahí que prefiera estat solo a sentirme aburrido.
Un fuerte abrazo, Carlos.