No me gusta el
fútbol: ni como práctica deportiva, ni como espectáculo de masas. Pese a ello,
me ha emocionado la victoria del Real Madrid en la final de ayer de la Liga de
Campeones UEFA.
Me emocioné al
pensar en mi padre. Él era un gran aficionado al fútbol y un hincha del Real
Madrid. Cuando mi padre era niño, jugaba al fútbol para darle patadas al
hambre; de adolescente, formó parte del equipo cadete de su villa. Como buen padre, intentó
contagiarme esa pasión futbolística que a él tanto lo había ayudado a disfrutar la vida: varias veces me llevó al campo de nuestro
principal equipo local y fueron innumerables las tardes de domingo en que me
sentaba a su lado en su bar favorito para ver el partido que retrasmitían en
color (en casa la tele era en blanco y negro)… Pero en el campo me distraía con
cualquier cosa menos con el juego; y en el bar, me sumergía en los tebeos que papá
me había comprado ese domingo e ignoraba la retrasmisión deportiva.
El fútbol lo
ayudó en la etapa final de su vida: la escucha radiofónica de carruseles
deportivos y tiempos de juego amenizó su aislamiento. Mi padre vivió su vida
con pasión. Y el fútbol –en concreto su Real Madrid– no fue una excepción a ese
apasionamiento hasta el fin de sus días.
Ayer sentí que
mi padre celebraba desde el Cielo, junto a mi madre, esta nueva victoria de su
equipo. Victoria que me ha hecho sentir muy alegre por él. Es por amor a mi
padre que ahora escribo lo que ayer le dije:
¡Esta copa va por ti,
papá! ¡Hala, Madrid!
Nino (el hijo
de Marcelino –gran padre y gran madridista–). Gijón. 2022.