Lo dicho, allí estaba yo en septiembre de 1979 ante mi primera vez y, por vez primera, rodeado de compañeras.
No sé qué tenían sus perjúmenes, pero era verlas y sulibellarme.
Los primeros días de clase quizá me faltó física, pero me sobró educación:
“Tú primero”. “Pasa, pasa, que yo soy muy lento”. “¡Qué bien te queda ese chándal!”.
Nuestro profesor era el Sr. Roda.
Con mi torpeza, le caí en gracia.
Recuerdo que en una clase el ejercicio consistía en ascender a pulso por una cuerda hasta el techo.
Primero los musculitos, luego los normalitos.
Ellas mirando y yo rezando —la verdad es que nunca entendí porqué suspendía Religión, con la de veces en que confié en aprobar un examen por gracia divina o en que el arcángel San Gabriel me salvara, a sangre y fuego, de mis entuertos—.
Como al final todo acaba llegando, menos los arcángeles, también me llegó el turno de funambulear con aquella maroma de cuerda y no con alguna de carne.
La clase sentada en círculo y yo allí, escupiéndome las manos con la intensidad del que quiere llenar una piscina.
Me agarro.
Intento encaramarme.
Y proyecto en público mi vértigo.
No cuela.
Al profe no le gustaban las pelis de Jiscock, sino las de Yoniguismuler.
—“¡Ortea, venga, suba! ¡Trepe por la cuerda!
—“Oiga… ¿usted quién se cree que soy, Tarzán, pacolgame de ahí?
Silencio.
San Gabriel no aparecía y en clase de gimnasia correr no era la solución, sino un ejercicio.
El Sr. Roda me miró conteniendo una carcajada.
Me alargó la carpeta que contenía el listado de alumnos y actividades a realizar.
—“A partir de ahora eres mi ayudante. Vamos hasta la cafetería y te lo explico”.
Aquél día fue el comienzo de una gran amistad.
El vestía de azul y yo de gris.
A falta de San Gabriel se me aparecieron San Miguel y Don Simón.
Fueron 2 años de paz.
Luego conocí a Gloria.
Mis años de instituto pasaron.
Y mis relaciones aeróbicas se imposibilitaron ante mi negligencia para los deportes de contacto.
Cuarentón, gordo y desmañado.
Hasta que el Hado puso a la Señora Alcaldesa —de nombre Paz y que lleva a gloria su apellido de Felgueroso— a mi lado.
Ya lleva tiempo buscando que éste su conciudadano y los que comparten su porte descuisado recuperen su buen lado.
Nuestra regidora, al final de su dirección, ha convertido las calles en pista americana, para que quien no llegue a oficial se quede en caballero —Richargere, gui lof yu—.
Zanjas, obras y agujeros enriquecen a los zapateros y empobrecen a los gimnasieros.
Pues pudiendo hacer aeróbic callejero, ¿quién lo compra con dinero?
Lo de ir en coche, imposible.
Pues ésta parece la ciudad en continuo crecimiento, y al levantar su cimiento decae el conocimiento sobre qué calle es para ir y cuál para volver.
Los autobuses municipales no son solución, ya que ha remontado su precio un montón.
El 1 de enero se cometerá la vulgaridad de subir el billete ordinario a 1,15 euros, para que nos bajemos del autocar.
No sólo para animarnos a lo extraordinario del urban climbin, sino que para celebrar que para entonces el fumar se va a acabar.
¡Señora Alcaldesa, póngase tiesa! Le daré las 3 gracias:
1- ¿Preparada?
2- ¿Lista?
3- ¡Fuera!
©Nino Ortea. Gijón, 17-X-2010.