Cada vez tengo más claro que la EDUCACIÓN es la causa de
muchos de nuestros problemas.
Y por “educación” no me refiero a la mala, a ésa que nos
imponen ¿educadores? preocupados por los moscosos a disfrutar y no por los
mocosos a educar.
En esta educandis
causa problemorum, la culpa no es de la más fea, sino de la más apreciada;
pues las mayores trabas sociales nos las suele causar la BUENA EDUCACIÓN que
nos transmiten nuestros seres queridos. Vivimos en una sociedad en la que al
“pillo” lo consideran “listo” y al “respetuoso” lo tildan de “tonto”. Ahora que
subsistimos en un pais para pobres, recuerdo con vergüenza las palabras de ese
ministro de un partido que ya no era socialista ni obrero, en las que venía a
proclamar que en España quien no se hacía
rico era porque no quería. Él quisó y lo logró, así que no le faltaba razón; aunque nos faltara al respecto.
Al igual que razón no les falta a los miserables en su afirmar que
lo inteligente es aprovecharse del indigente: ahí tenemos la interminable lista
de próceres, a los que se les dedican calles o se les tributan libros, cuyo
mérito indigno es el de haber exterminado a semejantes o haber extenuado a
humildes.
Esto de rapiñar lo ajeno es tan humano como el abusar del
débil. Fijémonos en un niño –impoluto frente a la mácula de lo ético– y veamos
cómo se enrabieta cuando intentamos recuperar esas llaves que le ofrecimos como
sonajero y él consideró un regalo lisonjero. Con lo feliz que estará en su
egoísmo infantil hasta que sus padres le inculquen que tiene que
compartir. Y es que uno empieza por los juguetes y acaba compartiendo su
corazón, para terminar perdiendo la razón cuando te lo devuelven partido.
Por lo que es un silogismo deductivo concluir que la
culpa de nuestros problemas sociales está en nuestros buenos modales: si eres arisco, nadie te deja el corazón hecho cisco. Aplica esta máxima incluso a los aspectos mínimos de tu día a día; y tendrás una vida tan tranquila como aburrida
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