«The Old Man &
The Gun» es una película fascinante sobre un
hombre incapaz de dejar de ser fiel a sí mismo. También es una reflexión
sentida sobre la capacidad que tiene el amor para que nos planteemos empezar a
ser fieles a alguien más que nosotros mismos. Pero ante todo, «The
Old Man & The Gun» es un canto a vivir una vida rebelde
frente al paso del tiempo. Aunque por rebelarte te llamen inadaptado, aunque al
rebelarte te condenes a la soledad o te condenen a la cárcel.
“The Old Man
& The Gun” es una adaptación cinematográfica
de algunas vivencias de un inadaptado: Forrest
Tucker. El señor Tucker se pasó
más de la mitad de su vida encerrado en la cárcel por ser un trabajador excelso
en una profesión denigrada en lo social: la de ladrón de bancos. Su éxito
profesional habla por sí solo: según la página que le dedica Wikipedia, ganó
cuatro millones de dólares atracando bancos con elegancia. Elegancia que
aplicaba a todos los aspectos de su vida, incluido el de la convivencia
marital: estuvo casado tres veces, y la primera noticia que tuvieron sus
esposas de que su marido era un atracador fue al ver su domicilio conyugal
asaltado por la policía.
El escritor
y periodista David Grann a entrevistó a Tucker para la revista “The New Yorker”.
El primer resultado de esos encuentros fue el artículo “The Old Man and the Gun” –“El viejo y la pistola”– publicado en
enero de 2003. Dieciséis años después nos llega una sugerente traslación
fílmica dirigida por David Lowery –quien firma el guión junto a Grann–.
La
dirección de Lowery es rápida y
elegante, todo un atraco a inteligencia armada contra el banco de los bostezos.
Sus armas son unos planos ágiles y unos encuadres efectivos. Basta la primera
escena –en la que la cámara abandona la persecución policial al atracador para
acompañar a una niña en su caminar y cuando ésta alcanza a un amigo, el
encuadre retoma al ladrón– para hacernos una idea del botín que nos espera:
hora y media de realismo mágico, donde lo que parece ficticio es real.
Como
ficticio parece que Robert Redford –protagonista y productor de la
película– cierre con este film su carrera como actor. Todo indica que, mientras
el cuerpo aguante, mantendrá su condición multitarea de director, productor y
fundador del Festival de Sundance. Al igual que Tucker, Redford es un
hombre incapaz de dejar de ser fiel a sí mismo. Lo mismo que el Narciso,
mitológico, el Robert fílmico es un
hombre incapaz de dejar de admirar su reflejo. Su personaje tiene el apodo de
su persona “Bob”. Y en el
paralelismo entre la vida rodada del actor y la robada del delincuente, Tucker es presentado como Redford en escenas de películas como «Brubaker»,
«Tal
como éramos» o «Propiedad condenada».
Llamadme
“venyenloquecido”, pero no me creo el adiós de “Bob”: Redford aún no ha
interpretado su último acto interpretativo.
Último
acto que confío en que aún esté muy lejos para Sissy Spacek, una actriz
que convierte en oro todo lo que interpreta y que, al igual que el rey Midas
mitológico, sufre las consecuencias de aislamiento que conlleva su poder mágico
–no le veo otra explicación a la inanición de buenos papeles que sufre esta
actriz sublime–. Su encarnación de una mujer que vive en la vida lo bueno con
una sonrisa y lo malo con una mueca, es de naturaleza mágica. Realmente mágica.
«The Old Man &
The Gun» es una película fascinante. Te animo
a que la disfrutes en cuanto tengas ocasión. Al igual que te animo a que leas
–si el idioma inglés no es tu anatema– el artículo que David Grann escribió
para “The New Yorker”.
Gracias por armarme con tu compañía, amable leyente.