Jerome Charyn. Movieland. Chapter: “Children of Paradise”
Hijos
del paraíso VIII
“¿Quién creó las películas?”. Me preguntó Martens. Le respondí con un encogimiento de hombros al estilo de Chaplin.
“Hollywood marcó los límites, estableció los
signos desde la A, a la Z. Norteamérica dominaba un arte que había creado. Para
todo el mundo, en una etapa concreta de su historia, el Cine era algo
norteamericano.
Desde China a la Patagonia, todo el mundo
conocía a “Charlot” (Charlie Chaplin).
No había televisión ni radio... Chaplin
fue Charlot, el primer fenómeno fílmico. No fue el sonoro lo que consolidó
Hollywood, sino su etapa muda.
No necesitabas mucho equipo. Podías ver las
películas mudas proyectadas sobre una sábana blanca, con un pequeño hombre
gracioso y unas sencillas imágenes con gracia. Imágenes que procedían de una
tierra donde todo el mundo sabe dónde ir, cuando no tiene donde ir”.
“Pero nosotros somos una tribu de bárbaros” –le dije actuando
como una especie de comisario político que intentaba azuzar la mitomanía sobre
los Estados Unidos de Martens–. ”Cogimos a Charlot y lo convertimos en un bárbaro más”.
“Perfecto”, –me dijo–. “Un país sin cultura produce un arte sin cultura. No tienes que leer,
no tienes que escribir, no tienes que ser culto. Así es cómo Hollywood se
convirtió en la ciudad imperial”.
“Todo emergió a la vez. La Primera Guerra
Mundial había arruinado Europa, y el crecimiento de los EE.UU. era tan rápido
que no se podía desarrollar a un ritmo humano. El dominio dentro del campo
fílmico fue un suceso extraordinario.
¿En qué otro arte se podría alcanzar el
control de los signos de una forma tan rápida?.
¿Quiénes, salvo los norteamericanos que no se
pueden vincular con ningún aspecto cultural, podían controlar la simbología de
este arte?
¿Quién más poseía el poder y la ingenuidad?.
Las primeras pinturas fueron ingenuas. Os adueñasteis
del mundo al recrearlas... Todo imperio tuvo su capital, y Hollywood era la
capital de Norteamérica”.
Tuvimos
que reírnos, Hollywood la tierra de Paramount, de “El jardín de Alá”, del
drugstore de Schwab y de “El salón chino de Grauman”, se había convertido en
una tierra mítica para ambos; una especie de ficción, un reino mágico donde lo
infinito ocultaba la vida cotidiana.
Pensamos
en Jorge Luis Borges y todas la
bibliotecas de Babel que había creado, en todas las tierras problemáticas y
repletas de laberintos pobladas por “tigres transparentes y torres de sangre”,
ilusiones que se habían confundido con lo cotidiano llevándonos a preguntarnos
sobre nuestras vidas y nuestro sentido del tiempo, creyendo “que mientras dormimos aquí, estamos despiertos
en otro lugar y que de alguna manera todo hombre es en realidad dos hombres”.
¿No es
ésta la condición fundamental del cinéfilo, que está dormido aquí mientras está
despierto en otro lugar, viviendo por lo menos dos vidas?. Los sonámbulos a los
que admiramos son nuestras propias conciencias, y las películas, más que
acercarnos a otras personas, refuerzan nuestra sensación de aislamiento y
nuestra presencia fantasmal en la pantalla.
Hollywood
era tan sólo otra ciudad soñada, tan perversa como el “Tlön” de Borges, un laberinto que va lentamente
sustituyendo a nuestro mundo, hasta que dentro de cien años, los lenguajes y
formas comunes “desaparecerán del
planeta. El mundo se convertirá en Tlön”.
Movieland: Hollywood
And the Great American Dream Culture»; es una obra de Jerome Charyn, publicada
por la editorial Putnam ©®.