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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

lunes, 19 de abril de 2010

Amazing Ordinary Things, side B



El pasado viernes pretendía contaros una serie de cosas que me ocurrieron el jueves. Hoy es lunes, a ver si alunizo de una vez.

Un amigo degustador de música “alternativa” y odiador de ir sólo a los sitios —bueno, al baño sí que va— me propuso acompañarlo al concierto de Anne McCue. De hecho, se ofreció a pasar a buscarme en coche y de paso a invitarme a un algo. Lo que hacemos por no estar solos. Yo me tengo despertado junto a cada elementa radioactiva…

Desconocía a la intérprete. Pero allí estaba esperándonos. Sola sobre el escenario y enlutada para la ocasión —ya sabéis que el negro es el color de los valientes, según Chuck Norris, y los alternativos deben de ser todos muy valientes—. Salvo por alguna versión de Hendrix o The Police, su música me resultó tan desconocida como mi sentido del ridículo. Perdida entre el Folk y el Country, oía lamentarse a aquella chica cuya delgadez, palidez y candidez casi me animan a subirme al escenario a invitarla a algo caliente y a que me hablara sobre ese hombre del que tanto se lamentaba.

Si los pupas del mundo no nos ayudamos, ¿quién nos va a ayudar?

Me quedé en mi sitio, pues ya no tengo edad para ir haciendo el Tarzán y rescatar a Janes de los peligros de la jungla de asfalto. Además, siempre se acaban encamando con los porteadores que se caen de los desfiladeros.

El concierto fue llevadero. Como lo son esas conversaciones sobre fútbol que mantengo en los bares mientras espero por mis citas. Ya sabéis que lo bueno se hace esperar, y las buenas de rogar. El caso es que el inglés encriptado de la cantante me dificultaba seguirla en su narración, por lo que perdí ocasionalmente la mirada entre el público para repartir saludos aleatorios. No te des por aludida si asististe al concierto, pero la verdad es que entre las presentes había poco material sugerente. Salvo por unos grupúsculos de connoceurs, de los que su indumentaria ya había vaticinado su futura entrega musical, el resto del público estaba más pendiente de hablar que de escuchar. Mi amigo, muy circunspecto él, es de esas personas que en un concierto se comportan como yo en un pincheo: “¡Si coges algo de mi plato, te corto la mano!”. Así que lo dejé tranquilo y pensé en irme.

Quizás a la artista le interesaba una audiencia más reducida —aquello estaba lleno, ya se sabe el atractivo de lo gratuito— pero más apasionada. Puede que a Anne McCue el ver la indiferencia mostrada en parte de los presentes la llevara a cuestionarse su inexistente falta de oficio —es muy buena en lo técnico— y no nuestra evidente falta de entrega. Estaba casi a punto de decirle “Oye, te espero fuera en el bar”, cuando me acordé de este blog.

Pensé que quizás a aquella cantante australiana de formación norteamericana, a la que el destino había convertido por unas horas en asturiana, agradecería el interés relativo de unos desconocidos. Al igual que yo, un asturiano apasionado por lo anglosajón y embelesado por las venusianas, agradezco cada lectura de mis textos, pese a saber que muchas son meras caricias del azar. Pues en esta época de ofertas culturales en exceso, el que alguien pose sus ojos en ti, no te debe hacer sentir observado si no apreciado.

Me acordé de una conversación que había mantenido esa mañana con mi amigo Carlos Ansotegui, y en la que los dos coincidíamos en admitir nuestra debilidad por los artistas que buscan transmitir sus emociones; y no los que intentan exhibir su virtuosismo o apabullarte con sus conocimientos. Vamos, que sin negarle ni un ápice de valía a Borges, a los dos nos gusta más Baroja.

Acabado el concierto, Pablo y yo disfrutamos de unas cervezas. Él me habló de una serie de grupos que creía que debería escuchar, y yo le enumeré una lista de mujeres de las que debería escapar. Ahora tengo frente a mí la servilleta con los nombres, y voy a ver qué descubro sobre ellos.

Quizás lo fortuito en el Arte, ese descubrir sus obras por casualidad, sea uno de los elementos más sorprendentes en lo cotidiano.

De momento, voy a oír música de Anne McCue, y más tarde empezaré a leer la novela Santa Evita.

Gracias, Pablo y Carlos, y en vuestro nombre a todos los que venís y enloquecéis.

© Nino Ortea. El hombre que escuchó a una rubia. Gijón, 19-1I-10

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