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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

martes, 27 de abril de 2010

Sólo necesito que me creas

¿Y si la vida que estamos viviendo NO fuera la que en realidad deberíamos vivir?
No te quedes mirando a la pantalla pensando “Éste ha vuelto a hacerlo”. No, hace mucho que no lo hago.
Al menos contigo.


Volviendo a la duda que te planteaba sobre las realidades vividas —y no sobre la realidad de mi desquicie—, por decir, puedes decir lo que quieras. Pero —sin necesidad de alicear en ningún País de Maravillas— no me negarás que, en ocasiones pocas, evocas lugares en los que nunca has estado. O que, de improvisto, muestras maña donde creías que mañana sólo tendrías fuerza. Y, no te mientas cuando asientas, ¿acaso no has sentido repentinamente complicidad o recelo hacia recién conocidos?
Quizá el sentir estos sinsentidos, Alicia querida, te ha llevado a pensar que estás majareta, loca, chiflada… No te asustes, las mejores personas lo estamos. ¿Un poco de té?
Es un hecho que hay genios precoces y que mi genio sólo da coces. Pero también que hay ingenios tardíos. El otro día leí sobre un preso mayor de 65 años que agradecía su confinamiento carcelario, pues le había servido para descubrir su vocación de actor. Vocación de la que aseguraba haber estado alejándose hasta entonces. Y es que puede que, como reflexiona Edgar Neville en su gran película La vida en un hilo (1945), nuestra existencia sea un telar en el que basta decidir tejer un revés donde debería haber ido un sencillo, para que una prenda diferente a la patronada cubra nuestra piel. Y, ¿para qué hablar de cuando el capricho de Las Parcas se enreda con los antojos de nuestro corazón? Sabido es que el tejemaneje entretejido nos lleva a perder la muchedad.
El triunfo económico-social no conlleva la satisfacción vital. Y la zozobra resultante lleva a que nuestro ánimo se anegue en pesadas decisiones pasadas, tomadas pero nunca aceptadas. Todos nos hemos replanteado nuestra búsqueda de la felicidad, dudando entre si es mejor ser temidos que amados. Para guiarnos, rememoramos lo que hemos hecho y deshecho, aunque se nos suele olvidar sopesar los pesares que causaron nuestras decisiones. Vivimos vidas cruzadas —tal y como contó Raymond Carver con sucio realismo—, lo que hace que en nuestra búsqueda de la Felicidad embistamos sin querer a los que se nos acercan por curiosidad hacia nuestra persona. Y al igual que nuestro cuerpo puede acusar con el tiempo las consecuencias de un choque, nuestro ánimo llega a resentirse de encontronazos pasados. Tomar una decisión puede ser algo doloroso, por eso nos enfrentamos a ese Galamitazo escudados en excusas y armados con prejuicios.
Esta misma mañana he visto a la que fue mi último intento de tomarme en serio una relación de pareja. La encontré esplendorosa e ilusionada. Justo como la sentía antes de entrar en su vida. Al final, no sólo ella ha vuelto a sonreír si no que yo me he reafirmado en que puedo ser una influencia nefanda en vidas ajenas. Si no es, no es; pero si lo fue, será.

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