Llamémoslo azar, casualidad o deliranza. El caso es que no somos iguales con todo el mundo. Al socializar nos adaptamos. Bien seamos de despertares apagados o de despereces rápidos, todos hemos compartido colchón con pieles que nos han hecho sentir sobre una sartén o entre terciopelo. Parece ser que pasados 5 minutos de charla, nos hacernos una idea de cómo es una persona. No nos conocemos y creemos conocer a los demás “como si los hubiéramos parido”. Quizás ese hechizo explique el que haya pasiones efímeras y caprichos eternos. El que decidamos abandonar lo tangible y perseguir quimeras. Si otros no hubieran decidido vivir sus sueños, la rueda no existiría. Y tú y yo seríamos un óvulo y un espermatozoide felices en su ignorancia del otro.
Si la madurez emocional conlleva la activación del olvido selectivo, ¿cómo es que hay temores y pesadillas que nos atenazan desde niños? ¿Acaso al soñar recordamos algo ya vivido? Pese a habernos desmoronado en lo afectivo, ¿qué es lo que nos lleva a volver a encaramarnos en los rascacielos del Deseo? Quizá sea resultado de que somos una esencia única que se transmuta por diferentes cuerpos buscando revivir ese momento del pasado en que fuimos felices. Por eso buscamos la misma sonrisa en diferentes labios. Pues es el hechizo de ese beso, de ese beso, lo que nos da ánimo en su búsqueda. Es nuestro sueño, y nosotros decidimos cómo continúa.
Tras mi encuentro de esta mañana, he visto un par de episodios pendientes de la serie televisiva Perdidos. Un relato irregular para el que —lo mismo que a mis pasiones caducas— sólo deseo un final poco decepcionante. Se acaba y me alegro. Ya ha perdido su embrujo. No sé si ya se han emitido en España los episodios 11 y doce de ésta su última temporada. Si no es así, tranquilos, no reventaré el suspense de esta serie merecedora de un suspenso en su evaluación final.
El caso es que tras ver estos capítulos ambientados en mundos paralelos, donde los personajes afrontan realidades alternativas, me ha llamado la atención la coincidencia entre mi estado emocional y lo plasmado en imágenes. Pues los personajes anhelan vivir la intensidad que le trasmiten sus sueños. Sueños que en realidad son evocaciones de lo vivido a través del espejo, en el submundo de esa isla donde los muertos caminan, el tiempo avanza hacia atrás y todo es posible.
Me gusta ser un soñador. Me gusta mantener íntegra, aunque con máculas de desencanto, mi capacidad de ilusionarme y creer en 6 cosas imposibles antes de desayunar. Me gusta confiar en que no os olvidaré al despertarme.
Gracias por venir y enloquecer.
ATRÁS
©Nino Ortea, el hombre que mató al tiempo mientras te esperaba. Gijón, 26-IV-10
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