La
vida real no acostumbra a dar segundas oportunidades, mientras que la vida
ficcionada las dilapida.
O al
menos eso suele hacer la narración serializada, donde proyectos interesantes
devienen en producciones interesadas al prolongarse su existencia no por pasión
narrativa, sino por amor al dinero.
La
recientemente finalizada segunda temporada de The Following, ha sido un
nuevo ejemplo de decepción televisada. No sé si lamento el desperdicio de
talento que hace la serie, o el derroche del tiempo que dediqué a su visionado.
No
cuenta nada nuevo y lo bueno viejo se ha convertido en marchito, salvo la
enloquecedora interpretación de un James
Purefoy cada más más solo en un mundo de cuerdos que mimetizan a dementes.
Sin
entrar en destripar tramas ni argumentos, la ficción fracasa al reproducir la
realidad. Uno no puede creer, o no quiere hacerlo, en un mundo tan frío y
hostil como el Nueva York en el que transcurre la mayor parte del argumento de
esta temporada. Uno no puede creer que el asesinato salga tan barato cuando lo
comete un policía, ni que un hombre enamorado acumule amoríos mientras se
desvive por el amor perdido.
Sobre
el “Mal” entendido como respuesta a la agresión sufrida en nombre del “Bien”,
poco puedo decir más que la serie se estropea en su intento de no ser maniquea:
pues eso de que los policías se conviertan en pistoleros y torturadores, en
este país lo sufrimos con las siglas del GAL y sabemos que acaba convirtiendo
en posible víctima a todo aquél que piensa diferente. Si borramos la diferencia
entre el “Mal” y el “Bien” en nuestras ficciones, los monstruos campan a sus
anchas en nuestras realidades.
Sorprende
la crítica evidente que The Following hace a la Religión, al presentarla como refugio de fariseos y
escuela de agresores. El problema es que la alternativa al Vacío, no puede ser
La Nada; y en la serie no se nos plantea otra solución frente al vacío en que
vivimos que el de no creer en nada, salvo en la ley del más fuerte.
Amistad,
familia, instituciones… Toda relación e institución es presentada como fallida:
los profesores educan a sus alumnos para matar, las madres a sus hijos para
ejecutar y el amor es un mero refugio frente a la soledad. El Nihilismo
estético es tan aburrido como desmotivante cuando su única función es destruir.
El Arte es reflejo de Vida y algo debe de tener ésta de hermosa para que los
protagonistas de The Following se aferren a ella.
Otra
sorpresa es la vindicación de la mujer como agente activo de La Violencia.
Mujeres bellas, inteligentes o resueltas; inseguras, traumatizadas o deslucidas,
todas encuentran más fácil el recurso a la bala que a la palabra. Connie Nielsen encarnaba una variante
sugerente frente a esta asexualización del canon sangriento. Pero su personaje
es abandonado en una cuneta en pro de los arquetipos narrativos eternos.
No
me culpo de mi debilidad ante los cantos de sirena creativos de The
Folliwing; pero de cara a su continuación, me taponaré con cera los
oídos y me ataré al mástil de ficciones firmes como Hannibal.
La
semana que viene te escribiré desde la distancia sobre la segunda temporada de
la teleserie Arrow.
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