Acumulo
bastantes comportamientos de los que me avergüenzo y he incurrido en suficientes horrores
como para purgarlos durante varias reencarnaciones; pero son mis estupideces
las que al recordarlas me suelen llevar al llanto.
Una
de ellas, que lleva resonando en mi ánimo todo esta semana, es la de haber votado, en las elecciones
europeas de 1987, a HB. Vista ahora mi villanía, podría disfrazarla como un
acto inconsciente de juventud; pero mi voto fue premeditado, sabía que con él
jaleaba a una jauría de asesinos.
Voté
por rabia y furia, por frustración y con resentimiento. Lo hice buscando golpear
donde más le dolía a un Sistema que no me entendía. Aquél fue el primer paso del que creía que sería un camino
sin regreso ya que, sin aún haberme ido, no me planteaba volver. “¿Volver?” Eso
sólo sonaba bien cantado por Gardel. No me imaginaba un futuro con frente
marchita, sino un presente en Australia con la piel cubierta de besos o de
arañazos. No tardé en arrepentirme de haber fustigado mis ilusiones con ira
desbocada.
De
aquella época me queda la quemadura de la militancia política. Aún me escuece;
y más en estos tiempos convulsos de quita de libertades y anulación de derechos ciudadanos.
Oprobios que nos han llevado a una
sociedad similar en sus desigualdades a la que convulsionó la primera mitad del
siglo XX, a una época de extremismos ideológicos y de convertir al disidente en
enemigo a batir. Yo no quiero eso.
El
éxito electoral de la plataforma Podemos me ha sorprendido. Su líder me inspira
la desconfianza de quien habla con palabras de otros. Me recuerda a ese alumno
que no entiende lo que estudia, pero es evaluado como sobresaliente por repetir
con apremio lo que ha memorizado. Su discurso me recuerda a soflamas que estoy
harto de oír en barras de bar, en boca de quienes se dicen lo que sus actos
cotidianos desdicen.
El
éxito electoral de la plataforma Podemos me merece todo el respeto por sus
votantes, no por sus votados. Por eso encuentro repugnante que quienes se dicen
“demócratas” insulten a los que votan una opción democrática. Esos votantes no
son “hordas de jóvenes violentos”, ni “brigadas de ancianos prosoviéticos”. Son
personas que se sienten amenazadas por un Sistema de Malestar que, tras
quebrarles la vida y emponzoñar sus sueños, amenaza con quitarles su dignidad.
Por
lo que sé, su voto es una exteriorización de su deseo de ser escuchados.
Por
lo que sé, su voto es más respetable de lo que fue en 1987 el de este joven
airado que se sintió contrariado porque la Realidad era una tierra baldía para
sus deseos.
Nino.