Con
aquella facha, y en plena Transición de un gobierno idem, no solo estrenaba indumentaria, también
me iniciaba en Secundaria –aunque apenas llevara un rato como alumno primero de
Bachillerato– y en eso de ir a clases de Gimnasia. A mis 14 años acumulaba 168
meses de vida alejada del esfuerzo físico, pues en mis 9 cursos de colegio nunca
había hecho más ejercicio que el de escapar de bravucones y alejarme de
profesores –quizá mis jovellanistas maestros
también pensaban que correr es de cobardes–.
Lo
dicho, allí estaba yo en septiembre de 1979 ante mi primera vez y, por vez
primera, rodeado de compañeras. No sé qué tenían sus perjúmenes, pero era verlas y sulibellarme.
Los primeros días de clase quizá me faltó física, pero me sobró educación: “Tú primero”. “Pasa, pasa, que yo soy muy lento”.
Recuerdo
que en una clase el ejercicio consistía en ascender a pulso por una cuerda
hasta el techo. Primero los musculitos, luego los normalitos. Ellas mirando y
yo rezando –la verdad es que nunca entendí por qué suspendía Religión, con la
de veces en que confié en aprobar un examen por gracia divina o en que el
arcángel San Gabriel me salvara, a sangre y fuego, de mis entuertos–.
Como
al final todo acaba llegando, menos los arcángeles, también me llegó el turno
de funambulear con aquella maroma de cuerda y no con alguna de carne. La clase
sentada en círculo y yo allí, escupiéndome las manos con la intensidad del que
quiere llenar una piscina. Me agarro. Intento encaramarme. Y proyecto en público
mi vértigo. No cuela. Al profe no le gustaban las pelis de Jiscock, sino las de Yoniguismuler.
–“¡Ortea,
venga, suba! ¡Trepe por la cuerda!
–“Oiga… ¿usted que se cree que soy
Tarzán “pasubir” hasta ahí?
Silencio.
Aquello más que un gimnasio con adolescentes parecía un confesionario de
impenitentes.
San
Gabriel no aparecía y en clase de gimnasia correr no era la solución, sino un
ejercicio, por lo que me quedé agarrado a aquella cuerda como ahora lo estoy a
tu recuerdo.
El profe
me miró conteniendo una carcajada. Me alargó la carpeta que contenía el listado
de alumnos y actividades a realizar.
–“A partir de ahora eres mi ayudante.
Vamos hasta la cafetería y te lo explico”.
Aquél
día fue el comienzo de una gran amistad. El vestía de azul y yo de gris. A
falta de San Gabriel se me aparecieron San Miguel y Don Simón.
Fueron
2 años de paz. Luego conocí a Gloria.