Encuentro
con Gondra
Tras despedirse del
rinoceronte volador y del bisonte alado, Zänder
voló y voló sin reparar en que volaba y volaba; y se elevó y elevó, sin sentir
que de sus temores se alejaba. Su instinto lo llevaba a aprovechar los vientos
más favorables, para así poder avanzar sin apenas esfuerzo. Sus alas lo
propulsaban fuerte sin que se sintiera débil, ya que la alegría le daba
energía.
Al llegar la noche,
tras tanto derroche de energía, se quedó dormido en cuanto se tumbó junto a un
fuego reparador donde se había preparado un salteado de champiñones. Se
despertó temprano, justo cuando se ponía la cuarta luna de Hauer. Supo
instantáneamente que se encontraba más allá de Orión, cerca de la Puerta de
Tannhäuser. Con sólo mirar al cielo mientras estiraba su nariz, podía calcular
dónde estaba. E incluso saber la distancia que lo separaba en todo momento de
Dragolandia.
Luego de prepararse
un desayuno supervitaminante y mineralizante, retomó el vuelo. Se sentía
confiado y seguro, no tardaría en encontrar a Gondra y, en cuanto él lo hubiera
curado de su diferencia, podría volver junto a sus papis, Sygrid y sus amiguitos. Le apetecía regresar junto a ellos: pero mamá
y papá lo habían educado para ser un dragón de palabra, y él había dicho y
redicho que no volvería hasta haber encontrado a Gondra.
Al quinto día de su
expedición, Zänder se sentía muy
feliz y aún más expectante, confiaba en que tenía su destino delante de su
nariz, que –por cierto– ya no estaba constipada y lo guiaba, con el acierto de
un timón avezado, en su vuelo comenzado. Esa misma tarde reparó en lo mucho que
se había alejado de Dragonlandia y en lo poco que le había costado hacerlo. Estaba
contento con todo lo que le estaba pasando desde que había emprendido su
búsqueda. Cuando quedaba poco para la medianoche, se zampó de un troche un
cuenco repleto de fresas raspberreantes cubiertas por nata purplerain,
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La imagen es un regalo de Sakkarah |
Con el ánimo elevado,
Zänder cayó en un sueño profundo. Luego
de soñar con mamá y papá abrazándolo y con Sygrid
sonriéndole, escuchó una voz que lo llamaba. Zänder abrió el ojo de su mente y vio a un dragón, de porte distinguido
y expresión afable, que se le acercaba con seguridad. Zänder se sentía tan tranquilo que sólo se movió para incorporarse,
ya que un dragón educado recive a sus visitas levantado.
—Hola,
Zänder, hijo de Xana y de Cuélebre. Mi nombre
es Gondra. Un rinoceronte y un
bisonte muy salados me han dicho que estabas buscándome. Yo había acudido a su
encuentro y ahora vengo al tuyo, amigo. Por favor, siéntate.
Zänder asintió
con una sonrisa y se sentó en silencio. Estaba tan emocionado que permaneció
callado
—No
hay lugar para ti en mi refugio para marginados. No lo necesitas: eres
diferente, porque eres especial. No sufres de ninguna mutación como el
rinoceronte alado, o de alguna pigmentación, como la marciana rojiblanca. Tú eres
un ser querido por quienes te rodean, pero eres tú el que no se acepta tal y
como eres y quieres ser como los demás. Y ya lo eres, pues el amor te hace
igual que las personas a las que amas: sufres y te alegras con ellos, vives su
esperanzas y sus penas.
Y
sí: eres un ser único. Pero lo somos todos corazón adentro. Únicamente
necesitas aceptar que tu aspecto es diferente al de los de la mayoría de tu
especie. Pero no del de todos: ya ves que yo tengo también una nariz roja y no
voy por ahí alejándome de los que me quieren, sino que me acerco a quienes me necesitáis.
—Ya, pero tú… eres tan alto y tan elegante, la
nariz te queda tan bien que…
—Zänder, no admires en otros lo que está
en ti y rechazas. Lo que hace de ti un ser especial no es tu hocico enrojecido,
ni tu recién descubierta habilidad de vuelo… Es tu capacidad para ser amado por
tus seres queridos. No pierdas tiempo buscando un refugio, cuando puedes pasar
ese tiempo abrazando a tus padres o jugando con tus amigos. La vida puede
parecer eterna, pero es tan frágil… El amor es una fortaleza. Tú lo sientes y
lo concitas, refugiarte de quienes te quieren es huir de lo mejor de ti.
Zänder lo
mira en silencio con sus ojos de color esmeralda muy brillantes, como si fuera
a llorar.
—Ahora
descansa, compañero. Sigue durmiendo. La vida es un sueño cuyo único dueño debe
ser el amor compartido. Atrévete a ser tú y a ser tú mismo junto a quienes no
te son indiferentes. La condición de diferente debe perfilar tu personalidad,
no tu soledad.
Ahora
te dejo. Si mañana quieres llegar a mi refugio, lleva esta runa a tu corazón. Si
quieres volver a tu fortaleza, mira al cielo mientras estiras tu nariz.
Al despertarse, Zänder vio a su lado la runa. Se restregó
los ojos y la piedra seguía allí. Se incorporó y, sin tiempo para desayunar ni
asearse, miró al cielo y estiró su nariz. Calculó que si encontraba vientos
favorables habría llegado a Dragolandia en cuatro días.