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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

martes, 20 de octubre de 2009

Vidas subrogadas 3/3



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Dejándome de películas personales y volviendo a Los sustitutos, pese a su total alejamiento de la historia plasmada en los cinco cómics que la inspiran —en los tebeos, por ejemplo, los investigadores son dos hombres—, el guión es su parte más solida.
Bajo la excusa de hacer ficcción y ambientar su historia en coordenadas inexistentes, los creadores reflexionan sobre la condición humana sin las cortapisas de algo tan mutable como la Realidad —esta peli se planificó en momentos de bonanza económica, se rodó en plena crisis y se ha estrenado en una incipiente recuperación—.
El tema central de la superprocucción —más que el del cómic— es lo paradójico de las relaciones sociales, en las que nuestra inseguridad y ganas de gustar nos llevan a aparentar ser otros. Este buscar ser otra persona para ser aceptado como uno más, ha alcanzado un nuevo nivel en Internet, donde desde nuestra casa podemos adoptar los avatares que creamos convenientes, e incluso residir en mundos virtuales como Second Life que nos permiten transgredir normas sociales autoimpuestas.
Más de uno ha descuidado una relación real por la cercanía de un “amigo” internaútico. Hablado durante horas por el Messenger mientras silenciaba a su pareja. Abierto un blog para reafirmarse ante desconocidos…
Por otro lado, está la necesidad de sentirse amado.
Dicen que no hay nada peor en la vida que enterrar a un hijo. En Los sustitutos se hacen eco de este dicho. No tengo hijos, luego no viviré esa pesadilla. Pero, en mi ignorancia emocional, creo que es aún es peor enterrar a diario tu amor. Pasar cada día frente a una puerta que oficia de lápida de la pasión inmortal que sólo siente un corazón.
The Surrogates nos presenta un nirvana en el que todos podemos ser dioses si deshumanizamos nuestros sentimientos. Un olimpo en el que es fácil transmutarse en cisnes para yacer con vestales.
Al igual que el personaje que interpreta Willis, prefiero ser un mortal sometido al capricho de los dioses y flanqueado por los talones de aquiles de mis sentimientos. Como él, si no me siento amado no quero ser desado.
Y si en un momento pudiera oficiar de señor de la creación, mi corazón de kriptonita marcaría mi decisión: ningún futuro me interesa si no lo comparto con quien es mi presente.
Yo tampoco quiero ser ningún superhombre, sólo el nombre que le haga sonreir sobre mi hombro.
Para ese sentimiento no hay placebo.
Ved Los sustitutos; y, si podéis, hacedlo junto a esa persona irreemplazable en vuestro afecto.




© Nino Ortea. Gijón, 20-X-09

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