He escrito “asistí” y no “he asistido” pues aún no entiendo cómo he sobrevivido, pero confío en no repetir la experiencia. ¡En mi vida yo pasé tanto calor! De hecho, durante el noviciado viernudo acabé estando más pendiente de no perder mi son que de seguir su compás.
Quizás todo sea consecuencia de mis manías, pues lo del baño me hace daño y antes que Turquía prefiero Antioquía, ya en plan patriarcal. Y es que el verme allí —tan incómodo como lo habría estado en un baño turco sentado junto a Jorge Javier Vázquez— resultaba todo un vaporazo. No exagero: fueron varias las personas a las que sacaron desmayadas del recinto; y eso que, como era viernes de cuaresma, no sólo no había comido carne si no que me estaba duchado. Así que, mis odores no provocaron esos candores.
Por otro lado, debo admitir que pese a haber asistido al concierto de Revolver por el mero placer de la sugerente compañía que me lo había sugerido, lo habría disfrutado de no estar tan sofocado. El caso es que, al presentar uno de sus temas, Carlos Goñi vino a decir que la gente lo considera un compositor de temas tristes, mientras que él no se ve así.
Me llamó mucho la atención su reflexión, por la coincidencia en la confidencia. A mí también me comentáis en ciertos momentos que mis textos tienen una melancolía que no percibo. Lo que me lleva a dejar de publicar durante un rato, pues soy consciente de que esa languidez existe, aunque no busque transmitirla. Una vez más, me remito a la dicotomía entre Nino Ortea —narrador del blog— y Nino —su escritor—.
No me gusta compartir aquí mi tristeza. Ya no. Y mucho menos me apetece dar pena. Para eso me basta hacer lo que esta mañana. Sentarme en un banco de Los Jardines, al sol, y escuchar cómo la senectud se grita al sonotone: “Probín… ¡qué feu ye!” “Debe de ser de Picio”.
Subo el volumen de los auriculares y guardo la respuesta que ahora comparto: “Pues no, señora. Soy selenita, no lunático ni pícico. De ahí el blanco de mi piel y el brillo de mi calva”.
Y en La Luna me he sentido estos días. O más bien en la NASA. ante el nuevo ciberataque que he sufrido. Pues uno cree que esos juegos de guerra se dan en otras películas, no en la suya. Y no es así.
Resulta que alguien —solo o en compañía de otros— ha denunciado a este blog por contenido inapropiado, ante su propietario, Google. Quien ha puesto Ven y enloquece en cuarentena. Según me han tranquilizado, el no haber tomado Blogspot medidas censoras ya, indica que la cosa no irá más allá del susto. Aunque tengo muy presente el disgusto que me llevé cuando Google me quitó, sin explicación ninguna, la aplicación Adsense. Recurso publicitario con el que, gracias a vuestros clickeos, había logrado ganar 137 dólares en un mes.
Ni explicaciones, ni dinero. Todos se lo quedaron los del navegador oligopolista. Eso sí que me dolió. Pues fue algo personal y de negocios. Pero que el cielo los juzgue y caiga sobre su conciencia la nefanda consecuencia de su negligencia. Pues si como bollicaos caducados, y no frescos, es por mi penuria económica. Mi salud y el olfato de los demás se resienten de mi no tener lo que por derecho me corresponde.
Ahora voy a hacer un aparte, en el que a parte de dedicarle a quien me malclickea el cariñoso gesto que recoge la foto de Alberto Sordi, que acompaña a estas líneas, me gustaría decirle algo. Así, que pasaré del “vosotros” al “tú”, o al quien corresponda.
Estoy seguro de que me conoces, malclickeador@. Y de que en la vida real te molesta la existencia de Ven y enloquece. En algún nivel de los 6 grados de separación que distan entre tu mediocridad y mi ingenio se encuentra tu mezquindad. Vamos, que tengo claro que no estoy siendo víctima de ninguna venganza de Fu Manchú por haberle robado alguna de sus 7 novias. Has sido tú. ¿te crees que no te he visto? ¡Has sido tú, pedazo cocodrilo!
Casi lo logras, miserable. Esa mañana bajé las escaleras con la misma cerrazón con la que Kong subió al Empire State. Pero, por fortuna, preferí pedir ayuda a batir mi pecho al borde del abismo. Por fortuna tengo amigos. Y a todos vosotros —menos tú, nindundi— que ahora leéis esto: gracias.
Verás, clicker@ fantasma, te voy a aclarar un par de cosas que confío en que sirvan de consejo a quienes se vean en una situación parecida. Consejos que, de habérmelos dado mi peluquero, quizás harían que ahora luciera mi cabello entero.
Hace tiempo que compré un dominio que he asociado al nombre de este blog. Y al que, por lo tanto, siempre puedo remitir cualquier otro espacio que abra. Tener un dominio supone 5 euros al año. Cuesta menos que una copa y vale más que una liga.
Si tú puedes lograr el cierre de un blog con relativa facilidad; no veas lo fácil que es abrirlo. Yo tengo 8, creo. Guardo la casi totalidad de mis textos y todas las imágenes. Así que mimetizar este blog sería fácil incluso para un memo.
Y es que, ignorante, al igual que la Belleza , Ven y enloquece puede parecer algo efímero; pero es perenne. Pues, de marchitarse, rebrotaría. Lo mismo que el eterno femenino renace en cada sonrisa.
No sé, vil clicker@, tú verás lo que haces con tu tiempo y tus manos. Pero, si estoy equivocado, tu intención era buena, y buscabas despejar La Red de basura, mejor te pasas por mi casa y limpies los cristales. Están pelín sucios. Eso sí, ponte guantes que yo no te aguanto.
Mañana, más y mejor.
Hasta entonces, gracias a todos por ayudarme a hacer de este sueño creativo un soporte vital. Pues YO —MJOS— SÍ EXISTO. Y a diferencia del autosuficiente Nino Ortea, necesito el cariño que me dais.
Salud y suerte a todos.
Nino
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