¿Quién mató al narrador?
En octubre de 1996 de la mano de Dark Horse sale a la luz su proyecto más ambicioso: Barry Windsor-Smith Storyteller.
Nos encontrábamos ante una serie, con la que buscaba realizar el cómic que despertase el interés de una industria sumida en la redoma eterna de contarnos siempre la misma historia, y de un público hastiado de ese pertinaz más de lo mismo.
Bastó con observar el impresionante nº 1 para ver confirmados todos nuestros sueños. Windsor-Smith firmaba un dibujo afanado, cuya belleza intemporal y acertada narrativa atraían hacia su lectura al más reacio de sus detractores. En cuanto al guión, se presentaban tres historias narradas con desigual pulso por un BWS que mostraba su intención de mezclar lo heroico con lo mundano, lo dramático con lo cómico.
Parecía clara la apuesta de Dark Horse por la colección. Formato tipo álbum europeo de calidad cercana al de nuestras ediciones rústicas, no aparecía ningún tipo de publicidad en sus 32 páginas y un importe de 4.95 dólares afirmaba la intención de sacar un producto digno a un precio asequible. A esto se unía el que la empresa asignase al proyecto a parte de lo mejor de su plantilla. Diana Schutz, editora del Bacchus, Sin City o Grendel era el enlace editorial. Mike Richardson, encargado de la colección, añadía a su valía como editor —demostrada a lo largo de su fructífera vinculación con un artista tan personal como Bryan Talbot en La historia de una mala rata, The Adventures of Luther Arkwright y Heart of Empire– su condición de admirador confeso de Barry Windsor-Smith.
Sin embargo algo transformó a este sueño en una pesadilla. La cadencia mensual de la revista se vio alterada en el nº 7, retrasado en un mes. En el nº 9 se nos anunciaba el cierre de la colección al llegar al nº 12, cuando en realidad aquél fue el último número publicado.
Windsor-Smith califica a Richardson de inútil incapaz de aportar ninguna idea ni solución ante los problemas que surgían. Limitándose a enviarle mensualmente la escuálida lista de pedidos. A la vez que el creador se sentía traicionado ante la letanía de promesas convertida en mentiras. Culpa a Richardson de la depresión que sufrió tras el cierre de la colección y de la irremediable desconfianza que ha desarrollado hacia sus editores.
A Dark Horse los considera tan impresentables como sus adaptaciones basura de éxitos cinematográficos. Cree que el trato y la publicidad de su producto no fue la adecuada, llegando a tener que ocuparse personalmente de ella desde su estudio en Inglaterra.
Richardson asegura que BWS cambiaba constantemente de opinión respecto a sus necesidades para la obra, a la vez que el tamaño del álbum dificultaba su distribución, y venta. El que Windsor-Smith concibiera sus 3 historias como series río de desarrollo irregular, impedía sacar un tomo recopilatorio. Dark Horse perdió dinero en una aventura que cuidó con el máximo esmero, mientras que el arte del que se siente tan orgulloso Barry Windsor-Smith, no atrajo a los lectores que se esperaba, aunque se le concedió la máxima libertad. Llegando a acceder a que su nombre formara parte del título de la publicación, mientras que el logo editorial no aparecía en la portada.
El caso es que en su nº 9, el narrador enmudeció. La defunción de la serie, que BWS se compromete a continuar en cuanto recupere la fuerza anímica, es consecuencia de la triste situación del mercado del cómic. Es decepcionante el que un producto con un trabajo tan afinado y un acabado tan esquisto, no llegue a vender la ridícula cantidad de 50.000 ejemplares en todo el mundo.
Barry no debió de quedar tan decepcionado, pues en vez de recurrir a la autoedición como otros creadores descontentos con el trato dado a su obra, continúa trabajando para editoriales. Fantagraphics ha distribuido dos de sus frutos: el B.W. Smith: Opus —trabajo de cadencia anual que agrupa sus creaciones gráficas—, y la novela gráfica Adastra in Africa —en la que revisita su trabajo Muerte viva desarrollado en 1987 para La Patrulla-X, ocupando Adastra el lugar de Tormenta—. A esto se unen sus proyectos con DC: la novela gráfica, que editaría Vertigo, The Monster, reflexión relacionado con la influencia de la ingeniería genética nazi en la Norteamérica de postguerra; y un trabajo sobre Superman y Lois Lane, centrado en su relación. El entramado editorial entorno al personaje, ha frenado la culminación del proyecto.
¿Y todo esto para qué?
Puede que a algunos les sorprenda que dedique estas páginas a un proyecto no reciente e inacabado, y mal publicado en nuestro país.
Creo que Storyteller refleja esa realidad en la que vivimos gran parte de los aficionados. Nos quejamos de la mala calidad de lo que compramos, deseamos unas obras que demuestren claramente la condición del Cómic como arte pleno; pero cuando esos deseos cobran vida se la quitamos porque su tamaño dificulta su almacenamiento, su temática no es innovadora y el otrora genio se ha transmutado en un mero garbancero, que busca vendernos una penosa muestra de lo que antes fue su arte.
Más de uno saludó la publicación de Storyteller con una salva de necedades. Considerando las series como mediocres refritos de algo ya existente: los Freebooters eran un fallido intento de atraer a nostálgicos de Conan, mediante una historia que se perdía entre lo épico y lo pueril; los Young Gods eran un fusilamiento de los Nuevos Dioses de Jack Kirby, sin su gracia y frescura; ParadOxman reflejaba el grado de autosuficiencia de un BWS empeñado en contarnos una historia incomprensible, cuya temática paranoica ya había sido abordada en innumerables obras de Ciencia-ficción. Por no hablar de un dibujo de técnica anquilosada y estilo manierista.