Entre las muchas cosas que me descosen, destaca mi buena memoria para los malos recuerdos. Rasgo que, a falta de corte, me ha llenado de lágrimas negras en mi beber cigales para embrumar el olvidarme de olvidar lo inolvidable. Hablando de Lágrimas negras, tengo que acordarme de ver de nuevo La buena estrella (1). ¡Y no me digas que es imposible el que eso le pase a alguien, pues me está pasando a mí!
La buena memoria para lo malo recupera vivencias que parecen fiorituras. Y es que el tiempo es una trampa que te atrapa en la eternidad de un instante. Parece que fue ayer, y fue no hace mucho, que he empezado lo que ahora me resisto a acabar, aunque seguir el curso me altera el pulso. Parece que fue ayer y fue hace 20 años, en que a las tropas españolas de reemplazo se las sanchezaba como “soldados del amor” en su golfear por mares extraños, comandados por quijotes monclovitas ajenos a sus cuitas (2).
Fueron otros tiempos. Una época en la que le gustaba pasar desapercibido al labiesco presidente del estado de nuestra nación —por entonces privada de su condición de “nación de naciones”—. En su vergonzante esconderse de una realidad que descubría en las portadas de los periódicos, al gran Isidoro lo ayudaban su mísera talla moral —que le permitía esconderse en una bodeguita o tras un bonsái— y el menester de los magistrados ministeriables por llamarlo Mister X. Acertado calificativo para un descalificable al que, al igual que a Mr. Proper, le gustaba limpiar lo ajeno (3).
Fueron los suyos 14 años de paz y progreso, profetizados como 100 años de honradez. Pero, sabido es que España no es tierra de profetas y los 100 se quedaron en 14. La culpa de las Matemáticas, de ahí que llegara la ESO para cabar con aquello del estudiar lo inestudiable. El caso es que, durante esa época de filípicas, nuestro país volvió a ser uno de los más desconcertantes en el concierto internacional, tras habernos ganado a pulso el descalificativo de "Spain is different". Como premio a nuestra actividad retomada, nos dejaron encabezar las listas de población parada, siempre y cuando permitiéramos a todo aquel bombero-torero que tuviera un bombardeo despegar de nuestra piel de toro. (4)
Quizás de esos despegares tumultuosos vienen los actuales descontroles de los controladores aereos. Pero, lo que está claro es que la culpa de la falta de alivios para los libios era de Gaddafi. Por entonces un maloso tan patoso que caminaba como un egipcio. Ahora que él es buen chaval, a ellos no les va tan mal. Pero lo que es a nosotros, ¡a este paso nos comen los osos!
Te lo digo sin acritud: ¡Vaya juventud que me hiciste pasar, Felipito Tacatún!
La cosa no queda aquí, ahora que he hilvanado mi descosido tengo que volver y reflexionar sobre la que era mi intención al sentarme a escribir aquí y ahora: las paridas sobre los parados.
Gracias.
Nino
Los subindices numerados remiten a aclaraciones cortapegadas aquí.