Tanto en la vida respirada como en la
anhelada, las ideas me vienen de sopetón al corazón y de ahí se me suben a la
cabeza.
Como de sopetón me vino una alegría
que me dejó el corazón abombado y el rostro sonrojado —mi debilidad ante el
aprecio se aprecia hasta en las tonalidades de mi piel—. No fue esta mañana,
pero sí la otra tarde que me lleve esta alegría arrebatadora —te recuerdo, madrugadora aristogata, que en lo que va de semana no nos
hemos despertado juntos, y ya sabes que los alegrones sólo me los da el estar
contigo—.
Bueno, a lo que iba—que es pensar en
ti y “colgarme en las alturas” como le
ocurría al personaje cantado por Joan
Manuel Serrat—. En esta tarde reciente me sentí creciente —digamos que un “quincón”— al ver cómo de sopetón recibía
afecto de manera inesperada. Y eso que la persona afectuosa era repetidora en
esas lides. Como temo que me estoy liando y te adivino afilando tus uñas, mi
felina aristogata, mejor me centro.
Ocurrió que, a mitad de una clase, mi
alumna con más clase volvía a pedirme que le dedicara un ejemplar que ella acababa
de comprar de uno de mis libros—en este caso, de la antología recreativa «Mirador»—; selección
que ella leerá a su libre elección: en pie, sentada o como le venga en gana.
Me sentí halagado por su renovada
muestra de aprecio impagable; pues si sabe que escribo no es porque yo se lo
haya dicho, sino que debido a que se interesó por saber sobre este bicho
angloparlante.
Si ya todo interés lector es
impagable, el que ese apego lo muestre una asturiana a la que cobro por
sentarme a conversar con ella en inglés me hace sentir universalmente
agradecido.
Ahora, racionalizo esa alegría y la
convierto en palabras. De su generosidad brotó también la idea para esta enninación.
Agradecimiento que extiendo también a
ti, amable leyente. Sin ti, sin vosotros, este blog sería de nadie.
Nino
Cuando estoy contigo, aristogata, soy tuyo.